Salmos 150

Alabanza universal a Dios

1 ¡Aleluya!

¡Alaben a Dios en su santuario!

¡Alábenlo en su majestuosa bóveda celeste!

2 ¡Alábenlo por sus hechos poderosos!

¡Alábenlo por su grandeza infinita!

3 ¡Alábenlo con toques de trompeta!

¡Alábenlo con arpa y salterio!

4 ¡Alábenlo danzando al son de panderos!

¡Alábenlo con flautas e instrumentos de cuerda!

5 ¡Alábenlo con platillos sonoros!

¡Alábenlo con platillos vibrantes!

6 ¡Que todo lo que respira alabe al Señor!

¡Aleluya!

Job 1

Dios permite que Job caiga en la miseria

1 En la región de Us había un hombre llamado Job, que vivía una vida recta y sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios, cuidadoso de no hacer mal a nadie.

2 Job tenía siete hijos y tres hijas,

3 y era dueño de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas. Tenía también un gran número de esclavos. Era el hombre más rico de todo el oriente.

4 Los hijos de Job acostumbraban celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, y siempre invitaban a sus tres hermanas.

5 Terminados los días del banquete, Job llamaba a sus hijos y, levantándose de mañana, ofrecía holocaustos por cada uno de ellos, para purificarlos de su pecado. Esto lo hacía Job siempre, pensando que sus hijos podían haber pecado maldiciendo a Dios en su interior.

6 Un día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el ángel acusador entre ellos.

7 El Señor le preguntó:

—¿De dónde vienes?

Y el acusador contestó:

—He andado recorriendo la tierra de un lado a otro.

8 Entonces le dijo el Señor:

—¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él, que me sirva tan fielmente y viva una vida tan recta y sin tacha, cuidando de no hacer mal a nadie.

9 Pero el acusador respondió:

—Pues no de balde te sirve con tanta fidelidad.

10 Tú no dejas que nadie lo toque, ni a él ni a su familia ni a nada de lo que tiene; tú bendices todo lo que hace, y él es el hombre más rico en ganado de todo el país.

11 Pero quítale todo lo que tiene y verás cómo te maldice en tu propia cara.

12 El Señor respondió al acusador:

—Está bien. Haz lo que quieras con todas las cosas de Job, con tal de que a él mismo no le hagas ningún daño.

Entonces el acusador se retiró de la presencia del Señor.

13 Un día, mientras los hijos y las hijas de Job estaban celebrando un banquete en casa del hermano mayor,

14 un hombre llegó a casa de Job y le dio esta noticia:

—Estábamos arando el campo con los bueyes, y las asnas estaban pastando cerca;

15 de repente llegaron los sabeos, y se robaron el ganado y mataron a cuchillo a los hombres. Sólo yo pude escapar para venir a avisarte.

16 Aún no había terminado de hablar aquel hombre, cuando llegó otro y dijo:

—Cayó un rayo y mató a los pastores y las ovejas. Sólo yo pude escapar para venir a avisarte.

17 Aún no había terminado de hablar ese hombre, cuando llegó un tercero y dijo:

—Tres grupos de caldeos nos atacaron y se robaron los camellos, y mataron a cuchillo a los hombres. Sólo yo pude escapar para venir a avisarte.

18 Aún no había terminado de hablar este hombre, cuando llegó uno más y dijo:

—Tus hijos y tus hijas estaban celebrando un banquete en la casa de tu hijo mayor,

19 cuando de pronto un viento del desierto vino y sacudió la casa por los cuatro costados, derrumbándola sobre tus hijos. Todos ellos murieron. Sólo yo pude escapar para venir a avisarte.

20 Entonces Job se levantó, y lleno de dolor se rasgó la ropa, se rapó la cabeza y se inclinó en actitud de adoración.

21 Entonces dijo:

—Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!

22 Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni dijo nada malo contra Dios.

Job 2

1 Cuando llegó el día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el ángel acusador entre ellos.

2 El Señor le preguntó:

—¿De dónde vienes?

Y el acusador contestó:

—He andado recorriendo la tierra de un lado a otro.

3 Entonces el Señor le dijo:

—¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él, que me sirva tan fielmente y viva una vida tan recta y sin tacha, cuidando de no hacer mal a nadie. Y aunque tú me hiciste arruinarlo sin motivo alguno, él se mantiene firme en su conducta intachable.

4 Pero el acusador contestó al Señor:

—Mientras no lo tocan a uno en su propio pellejo, todo va bien. El hombre está dispuesto a sacrificarlo todo por salvar su vida.

5 Pero tócalo en su propia persona y verás cómo te maldice en tu propia cara.

6 El Señor respondió al acusador:

—Está bien, haz con él lo que quieras, con tal de que respetes su vida.

7 El acusador se alejó de la presencia del Señor, y envió sobre Job una terrible enfermedad de la piel que lo cubrió de pies a cabeza.

8 Entonces Job fue a sentarse junto a un montón de basura, y tomó un pedazo de olla rota para rascarse.

9 Pero su mujer le dijo:

—¿Todavía te empeñas en seguir siendo bueno? ¡Maldice a Dios y muérete!

10 Job respondió:

—¡Mujer, no digas tonterías! Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?

Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni siquiera de palabra.

Los amigos de Job van a visitarlo

11 Ahora bien, Job tenía tres amigos: Elifaz, de la región de Temán, Bildad, de la región de Súah, y Sofar, de la región de Naamat. Al enterarse estos de todas las desgracias que le habían sucedido a Job, decidieron ir a consolarlo y acompañarlo en su dolor.

12 A cierta distancia alcanzaron a ver a Job, y como apenas podían reconocerlo, empezaron a gritar y llorar, y llenos de dolor se rasgaron la ropa y lanzaron polvo al aire y sobre sus cabezas.

13 Luego se sentaron en el suelo con él, y durante siete días y siete noches estuvieron allí, sin decir una sola palabra, pues veían que el dolor de Job era muy grande.

Job 3

Job se queja de su desdicha

1-2 Por fin Job rompió el silencio, y maldijo el día en que había nacido.

3 ¡Maldita sea la noche en que fui concebido!

¡Maldito sea el día en que nací!

4 ¡Ojalá aquel día se hubiera convertido en noche,

y Dios lo hubiera pasado por alto

y no hubiera amanecido!

5 ¡Ojalá una sombra espesa lo hubiera oscurecido,

o una nube negra lo hubiera envuelto,

o un eclipse lo hubiera llenado de terror!

6 ¡Ojalá aquella noche se hubiera perdido en las tinieblas

y aquel día no se hubiera contado

entre los días del mes y del año!

7 ¡Ojalá hubiera sido una noche estéril,

en que faltaran los gritos de alegría!

8 ¡Ojalá la hubieran maldecido los hechiceros,

que tienen poder sobre Leviatán!

9 ¡Ojalá aquella mañana no hubieran brillado los luceros,

ni hubiera llegado la luz tan esperada,

ni se hubiera visto parpadear la aurora!

10 ¡Maldita sea aquella noche, que me dejó nacer

y no me ahorró ver tanta miseria!

11 ¿Por qué no habré muerto en el vientre de mi madre,

o en el momento mismo de nacer?

12 ¿Por qué hubo rodillas que me recibieran

y pechos que me alimentaran?

13 Si yo hubiera muerto entonces,

ahora estaría durmiendo tranquilo,

descansando en paz,

14 con los reyes y ministros

que se construyen grandes pirámides,

15 o con los gobernantes

que llenan sus palacios de oro y plata.

16 ¿Por qué no me enterraron como a los abortos,

como a los niños muertos antes de nacer?

17 En la tumba tiene fin la agitación de los malvados,

y los cansados alcanzan su reposo;

18 allí encuentran paz los prisioneros,

y dejan de escuchar los gritos del capataz;

19 allí están grandes y pequeños por igual,

y el esclavo se ve libre de su amo.

20 ¿Por qué deja Dios ver la luz al que sufre?

¿Por qué le da vida al que está lleno de amargura,

21 al que espera la muerte y no le llega,

aunque la busque más que a un tesoro escondido?

22 La alegría de ese hombre llega

cuando por fin baja a la tumba.

23 Dios lo hace caminar a ciegas,

le cierra el paso por todos lados.

24 Los gemidos son mi alimento;

mi bebida, las quejas de dolor.

25 Todo lo que yo temía,

lo que más miedo me causaba,

ha caído sobre mí.

26 No tengo descanso ni sosiego;

no encuentro paz, sino inquietud.

Job 4

Primera serie de diálogos

1-2 Seguramente, Job, te será molesto

que alguien se atreva a hablarte,

pero no es posible quedarse callado.

3 Tú, que dabas lecciones a muchos

y fortalecías al débil;

4 tú, que animabas a levantarse al que caía

y sostenías al que estaba por caer,

5 ¿te acobardas y pierdes el valor

ahora que te toca sufrir?

6 Tú, que eres un fiel servidor de Dios,

un hombre de recta conducta,

¿cómo es que no tienes plena confianza?

7 Piensa, a ver si recuerdas un solo caso

de un inocente que haya sido destruido.

8 La experiencia me ha enseñado

que los que siembran crimen y maldad

cosechan lo que antes sembraron.

9 Dios, en su furor, sopla sobre ellos

y los destruye por completo.

10 Por más que gruñan y rujan como leones,

Dios los hará callar rompiéndoles los dientes.

11 Morirán como leones que no hallaron presa,

y sus hijos serán dispersados.

12 Calladamente me llegó un mensaje,

tan suave que apenas escuché un murmullo.

13 Por la noche, cuando el sueño cae sobre los hombres,

tuve una inquietante pesadilla.

14 El terror se apoderó de mí;

todos los huesos me temblaban.

15 Un soplo me rozó la cara

y la piel se me erizó.

16 Alguien estaba allí,

y pude ver su silueta

pero no el aspecto que tenía.

Todo en silencio… Luego oí una voz:

17 «¿Puede el hombre ser justo ante Dios?

¿Puede ser puro ante su creador?

18 Ni aun sus servidores celestiales

merecen toda su confianza.

Si hasta en sus ángeles encuentra Dios defectos,

19 ¡cuánto más en el hombre, ser tan débil

como una casa de barro construida sobre el polvo,

y que puede ser aplastado como la polilla!

20 Entre la mañana y la tarde es destruido;

muere para siempre, y a nadie le importa.

21 Su vida acaba como un hilo que se corta;

muere sin haber alcanzado sabiduría.»

Job 5

1 Grita, Job, a ver quién te responde.

¿A qué ángel vas a recurrir?

2 Entregarse a la amargura o a la pasión

es una necedad que lleva a la muerte.

3 He visto al necio empezar a prosperar,

mas su casa fue pronto destruida.

4 Sus hijos no tienen quien los ayude;

en los tribunales los tratan injustamente

y no hay quien los defienda.

5 Sus cosechas se las comen los hambrientos

sacándolas de entre los espinos,

y los sedientos les envidian sus riquezas.

6 La maldad no brota del suelo;

la desdicha no nace de la tierra:

7 es el hombre el que causa la desdicha,

así como del fuego salen volando las chispas.

8 En tu lugar, yo me volvería hacia Dios

y pondría mi causa en sus manos;

9 ¡él hace tantas y tan grandes maravillas,

cosas que nadie es capaz de comprender!

10 Él envía la lluvia a la tierra,

y con ella riega los campos;

11 él enaltece a los humildes

y da seguridad a los afligidos;

12 él desbarata los planes del astuto

y los hace fracasar.

13 Él atrapa al astuto en su propia astucia,

y hace que fracasen sus planes malvados:

14 ¡a plena luz del día andan ellos a tientas,

envueltos en tinieblas, como si fuera de noche!

15 Dios salva al pobre y oprimido

del poder de los malvados;

16 él es la esperanza de los débiles,

¡él les tapa la boca a los malvados!

17 Feliz el hombre a quien Dios reprende;

no rechaces la reprensión del Todopoderoso.

18 Si él hace una herida, también la vendará;

si con su mano da el golpe, también da el alivio.

19 Una y otra vez te librará del peligro,

y no dejará que el mal llegue a ti.

20 En tiempo de hambre te librará de la muerte,

y en tiempo de guerra te salvará de la espada.

21 Te protegerá de las malas lenguas,

y no habrás de temer cuando llegue el desastre.

22 Te reirás de hambres y calamidades,

y no tendrás miedo a los animales salvajes.

23 Las piedras no estorbarán en tus campos,

y las fieras serán tus amigas.

24 En tu casa tendrás prosperidad,

y al revisar tu ganado lo encontrarás completo.

25 Tendrás tanta descendencia

como hierba hay en el campo.

26 Llegarás a la vejez en pleno vigor,

como un manojo de espigas maduras.

27 La experiencia nos enseña que esto es así;

escucha esto, y compruébalo tú mismo.

Job 6

1-2 Si todas mis penas y desgracias

pudieran pesarse en una balanza,

3 pesarían más que la arena del mar.

Por eso he hablado con pasión.

4 El Todopoderoso ha clavado en mí sus flechas,

y el veneno de ellas me corre por el cuerpo.

Dios me ha llenado de terror con sus ataques.

5 ¿Acaso rebuzna el asno, si tiene hierba?

¿O brama el toro, si tiene pasto?

6 ¿Quién come sin sal una cosa desabrida?

¿Qué gusto tiene una cosa sin sabor?

7 Pues lo que jamás quise comer

es ahora mi alimento.

8 ¡Ojalá Dios me conceda lo que le pido;

ojalá me cumpla lo que deseo!

9 ¡Ojalá Dios se decida por fin

a aplastarme y acabar con mi vida!

10 A pesar de la violencia del dolor,

eso sería un gran consuelo para mí,

pues siempre he respetado las leyes del Dios santo.

11 Ya no me quedan fuerzas para resistir,

ni razón alguna para seguir viviendo.

12 No tengo la dureza de la roca,

ni la consistencia del bronce.

13 No puedo valerme por mí mismo,

ni cuento con ningún apoyo.

14 Al amigo que sufre se le ama,

aun cuando no haya sido fiel al Todopoderoso.

15 Pero ustedes, mis amigos, me han fallado,

como arroyos que se quedan secos.

16 El agua baja turbia,

revuelta con el hielo y la nieve;

17 pero pasa el deshielo y se secan los arroyos,

viene el calor y se acaba el agua.

18 Hacen que las caravanas se desvíen de su camino,

y que avancen por el desierto y mueran.

19 Las caravanas de Temá y de Sabá

buscan llenas de esperanza esos arroyos,

20 pero al llegar se ven decepcionadas,

queda frustrada su esperanza.

21 Así son ustedes para mí:

ven mi horrible situación, y sienten miedo.

22 Pero yo no les he pedido nada,

ni que den dinero por salvarme,

23 ni que me libren de un enemigo,

ni que me rescaten de las manos de los bandidos.

24 Denme lecciones, y guardaré silencio:

muéstrenme el error que he cometido.

25 Nadie puede rechazar un argumento correcto;

pero ustedes me acusaron sin razón.

26 Ustedes me critican por mis palabras,

palabras locas que se lleva el viento.

27 ¡Capaces son de jugarse la vida de un huérfano

y de vender aun a su propio amigo!

28 Mírenme ahora cara a cara;

díganme si miento.

29 Retiren lo dicho, no sean injustos;

reconozcan que tengo razón.

30 ¿Acaso creen que soy un mentiroso

que no se da cuenta de lo que dice?

Job 7

1 La vida del hombre aquí en la tierra

es la de un soldado que cumple su servicio,

2 la de un esclavo que suspira por la sombra,

la de un peón que espera con ansias su salario.

3 Me ha tocado vivir meses enteros de desengaño,

noche tras noche de sufrimiento.

4 Me acuesto y la noche se me hace interminable;

me canso de dar vueltas hasta el alba,

y pienso: ¿Cuándo me levantaré?

5 Tengo el cuerpo lleno de gusanos y de costras,

y me supuran las heridas de la piel.

6 Mis días se acercan a su fin, sin esperanza,

con la rapidez de una lanzadera de telar.

7 Recuerda, oh Dios, que mi vida es como un suspiro,

y que nunca más tendré felicidad.

8 Nadie podrá volver a verme;

pondrás en mí tus ojos, y dejaré de existir.

9-10 Como nube que pasa y se deshace,

así es el que baja al sepulcro:

jamás regresa de allí,

sus familiares no vuelven a verlo.

11 Por eso no puedo quedarme callado.

En mi dolor y mi amargura

voy a dar rienda suelta a mis quejas.

12 ¿Soy acaso un monstruo del mar

para que así me vigiles?

13 Cuando pienso que en la cama encontraré descanso

y que el sueño aliviará mi pena,

14 me llenas de terror en mis sueños;

¡me espantas con pesadillas!

15 Sería mejor que me estrangularas;

prefiero la muerte a esta vida.

16 No puedo más. No quiero seguir viviendo.

Déjame en paz, que mi vida es como un suspiro.

17 ¿Qué es el hombre, que le das tanta importancia?

¿Por qué te preocupas por él?

18 ¿Por qué lo vigilas día tras día,

y lo pones a prueba a cada instante?

19 ¿Por qué no apartas tu vista de mí,

y me dejas siquiera tragar saliva?

20 Si peco, ¿qué perjuicio te causo,

vigilante de los hombres?

¿Por qué me tomas por blanco de tus flechas?

¿Acaso soy una carga para ti?

21 ¿No puedes perdonarme mi pecado?

¿No puedes perdonar el mal que he cometido?

Pronto estaré tendido en el polvo:

me buscarás, y ya no existiré.

Job 8

1-2 ¿Hasta cuándo vas a seguir hablando así,

hablando como un viento huracanado?

3 Dios, el Todopoderoso,

nunca tuerce la justicia ni el derecho.

4 Seguramente tus hijos pecaron contra Dios,

y él les dio el castigo merecido.

5 Busca a Dios, al Todopoderoso,

y pídele que tenga compasión de ti.

6 Si tú actúas con pureza y rectitud,

él velará por ti, y te dará

el hogar que justamente mereces.

7 La riqueza que tenías no será nada

comparada con lo que tendrás después.

8 Consulta a las generaciones pasadas,

aprende de la experiencia de los antiguos.

9 Nosotros somos apenas de ayer, y nada sabemos;

nuestros días en esta tierra pasan como una sombra.

10 Pero los antiguos podrán hablarte

y enseñarte muchas cosas.

11 El junco y el papiro

crecen sólo donde abunda el agua;

12 sin embargo, estando aún verdes y sin cortar,

se secan antes que otras hierbas.

13 Lo mismo pasa con los malvados,

con los que se olvidan de Dios:

sus esperanzas quedan frustradas.

14 Su confianza y su seguridad

son como el hilo de una telaraña.

15 Querrán agarrarse al hilo, y no resistirá;

o apoyarse en la telaraña, y no los soportará.

16 Los malvados son como verdes hierbas al sol,

que se extienden por todo el jardín;

17 enredan sus raíces entre las rocas

y se adhieren a las piedras,

18 pero si alguien las arranca de su sitio

nadie podrá saber que estuvieron allí.

19 Así termina su prosperidad,

y en su lugar brotan otras hierbas.

20 Dios no abandona al hombre intachable,

ni brinda su apoyo a los malvados.

21 Él hará que vuelvas a reír

y que grites de alegría;

22 en cambio, tus enemigos se cubrirán de vergüenza

y la casa de los malvados será destruida.

Job 9

1-2 Yo sé muy bien que esto es así,

y que ante Dios el hombre no puede alegar inocencia.,

3 Si alguno quisiera discutir con él,

de mil argumentos no podría rebatirle uno solo.

4 Dios es grande en poder y sabiduría,

¿quién podrá hacerle frente y salir bien librado?

5 Dios, en su furor, remueve las montañas;

las derrumba, y nadie se da cuenta.

6 Él hace que la tierra se sacuda

y que sus bases se estremezcan.

7 Él ordena al sol que no salga,

y a las estrellas, que no brillen.

8 Sin ayuda de nadie extendió el cielo

y aplastó al monstruo del mar.

9 Él creó las constelaciones:

la Osa Mayor, el Orión y las Pléyades,

y el grupo de estrellas del sur.

10 ¡Él hace tantas y tan grandes maravillas,

cosas que nadie es capaz de comprender!

11 Si Dios pasa junto a mí, no lo podré ver;

pasará y no me daré cuenta.

12 Si de algo se adueña, ¿quién podrá reclamárselo?

¿Quién podrá pedirle cuentas de lo que hace?

13 Si Dios se enoja, no se calma fácilmente;

a sus pies quedan humillados los aliados de Rahab.

14 ¿Cómo, pues, encontraré palabras

para contradecir a Dios?

15 Por muy inocente que yo sea, no puedo responderle;

él es mi juez, y sólo puedo pedirle compasión.

16 Si yo lo llamara a juicio, y él se presentara,

no creo que hiciera caso a mis palabras.

17 Haría que me azotara una tempestad,

y aumentaría mis heridas sin motivo;

18 me llenaría de amargura

y no me dejaría tomar aliento.

19 ¿Acudir a la fuerza? Él es más poderoso.

¿Citarlo a juicio? ¿Y quién lo hará presentarse?

20 Por más recto e intachable que yo fuera,

él me declararía culpable y malo.

21 Yo soy inocente, pero poco importa;

ya estoy cansado de vivir.

22 Todo es lo mismo. Y esto es lo que pienso:

que él destruye lo mismo a culpables que a inocentes.

23 Si en un desastre muere gente inocente,

Dios se ríe de su desesperación.

24 Deja el mundo en manos de los malvados

y a los jueces les venda los ojos.

Y si no ha sido Dios, ¿quién, entonces?

25 Mis días huyen en veloz carrera,

sin haber visto la felicidad.

26 Se van como barcos ligeros,

como águila que se lanza tras la presa.

27 Si trato de olvidar mis penas

y de parecer alegre,

28 todo mi dolor vuelve a asustarme,

pues sé que Dios no me cree inocente.

29 Y si él me tiene por culpable,

de nada sirve que yo me esfuerce.

30 Aunque me lave las manos con jabón

y me las frote con lejía,

31 Dios me hundirá en el fango,

y hasta mi ropa sentirá asco de mí.

32 Yo no puedo encararme con Dios como con otro hombre,

ni decirle que vayamos los dos a un tribunal.

33 ¡Ojalá entre nosotros hubiera un juez

que tuviera autoridad sobre los dos,

34 que impidiera que Dios me siga castigando

y me siga llenando de terror!

35 Entonces yo hablaría sin tenerle miedo,

pues no creo haberle faltado.