Jueces 14

Matrimonio de Sansón

1 Sansón bajó un día al pueblo de Timná y se fijó en una mujer filistea,

2 y cuando regresó a casa se lo contó a sus padres. Les dijo:

—Por favor, quiero que hagan todos los arreglos para casarme con una mujer filistea que vi en Timná.

3 Pero sus padres le dijeron:

—¿Para qué tienes que ir a buscar esposa entre esos filisteos paganos? ¿Acaso ya no hay mujeres entre nuestros parientes, o entre todos los israelitas?

Sansón respondió:

—Esa muchacha es la que me gusta, y es la que quiero que me consigan como esposa.

4 Sus padres no sabían que era el Señor quien había dispuesto que todo esto fuera así, pues estaba buscando la ocasión de atacar a los filisteos, que en esa época dominaban a Israel.

5 De modo que Sansón y sus padres fueron a Timná. Cuando Sansón llegó a los viñedos de la ciudad, un león joven lo atacó rugiendo.

6 Entonces el espíritu del Señor se apoderó de Sansón, que a mano limpia hizo pedazos al león, como si fuera un cabrito; pero no les contó a sus padres lo sucedido.

7 Luego fue y habló con la muchacha que le había gustado.

8 Unos días después, cuando Sansón volvió para casarse con la muchacha, se apartó del camino para ir a ver el león muerto, y se encontró con que en el cuerpo del león había un enjambre de abejas y un panal de miel.

9 Raspó el panal con las manos para sacar la miel, y se la fue comiendo. Cuando se encontró con sus padres, les dio miel y comieron, pero no les dijo que la había sacado del león muerto.

10 El padre de Sansón fue a ver a la muchacha; y Sansón dio allí una fiesta, según se acostumbraba entre los jóvenes.

11 Pero como los filisteos le tenían miedo, llevaron treinta amigos para que estuvieran con él.

12 A estos treinta, Sansón les dijo:

—Les voy a decir una adivinanza. Si en los siete días que va a durar la fiesta me dan la respuesta correcta, yo le daré a cada uno de ustedes una capa de lino fino y una muda de ropa de fiesta.

13 Pero si no dan con la respuesta, cada uno de ustedes me tendrá que dar a mí una capa de lino fino y una muda de ropa de fiesta.

Y ellos le contestaron:

—Dinos, pues, tu adivinanza. Somos todo oídos.

14 Sansón recitó su adivinanza:

«Del que comía salió comida;

del que era fuerte salió dulzura.»

Tres días después, ellos no habían logrado resolver la adivinanza;

15 así que al cuarto día le dijeron a la mujer de Sansón:

—Procura que tu marido nos dé la solución de su adivinanza, pues de lo contrario te quemaremos a ti y a la familia de tu padre. ¡Parece que ustedes nos invitaron sólo para quitarnos lo que es nuestro!

16 Entonces ella fue a ver a Sansón, y llorando le dijo:

—¡Tú no me quieres! ¡Tú me odias! Les has propuesto una adivinanza a mis paisanos, pero a mí no me has dado a conocer la respuesta.

Y Sansón le contestó:

—Si ni a mi padre ni a mi madre se lo he dicho, mucho menos te lo voy a decir a ti.

17 Pero ella siguió llorando junto a él los siete días que duró la fiesta, y tanto le insistió que, por fin, al séptimo día le dio la respuesta. Entonces ella fue y se la dio a conocer a sus paisanos.

18 Al séptimo día, antes de que el sol se pusiera, los filisteos fueron a decirle a Sansón:

«Nada hay más dulce que la miel,

ni nada más fuerte que el león.»

Sansón les respondió:

«Sólo porque araron con mi ternera,

pudieron dar con la respuesta.»

19 En seguida el espíritu del Señor se apoderó de Sansón; entonces Sansón fue a Ascalón y mató a treinta hombres de aquel lugar, y con la ropa que les quitó pagó la apuesta a los que habían resuelto la adivinanza. Después volvió furioso a casa de su padre,

20 y su mujer fue dada a uno de los amigos de Sansón.

Jueces 15

1 Pasado algún tiempo, durante la cosecha del trigo, Sansón fue a visitar a su mujer y le llevó un cabrito. Al llegar, dijo:

—Voy a entrar a ver a mi mujer, en su cuarto.

Pero el suegro no lo dejó entrar,

2 sino que le dijo:

—Yo pensé que ya no la querías, así que se la di a uno de tus amigos. Sin embargo, su hermana menor es más linda que ella; tómala en lugar de la mayor.

3 Pero Sansón le contestó:

—¡Ahora sí que no respondo del mal que yo les haga a los filisteos!

4 Entonces fue y atrapó trescientas zorras, las ató por el rabo de dos en dos, y a cada par le amarró una antorcha entre los rabos;

5 luego prendió fuego a las antorchas y soltó las zorras en los campos sembrados de los filisteos. De ese modo quemó el trigo que ya estaba amontonado y el que todavía estaba en pie, y hasta los viñedos y los olivares.

6 Los filisteos se pusieron a averiguar quién lo había hecho, y cuando supieron que había sido Sansón en venganza de que su suegro el timnateo le había quitado a su mujer y se la había dado a su amigo, fueron y quemaron a la mujer y a su padre.

7 Entonces Sansón dijo:

—Ya que ustedes se portan de esa manera, ¡juro que no descansaré hasta que me haya vengado de ustedes!

8 Y los atacó con tal furia que no les dejó hueso sano. Después se fue a vivir a la cueva que está en la peña de Etam.

Sansón y la quijada de asno

9 Los filisteos vinieron y acamparon en Judá, extendiéndose hasta Lehi,

10 y los de Judá les preguntaron:

—¿Por qué han venido a pelear contra nosotros?

Y ellos contestaron:

—Hemos venido a capturar a Sansón, para que pague lo que nos ha hecho.

11 Al oír esto, tres mil hombres de la tribu de Judá fueron a la cueva de la peña de Etam y le dijeron a Sansón:

—¿No sabes que los filisteos son más fuertes que nosotros? ¿Por qué nos has puesto en esta situación?

Sansón les contestó:

—Yo no he hecho más que pagarles con la misma moneda.

12 Entonces ellos le dijeron:

—Pues nosotros hemos venido a capturarte para entregarte a los filisteos.

Sansón respondió:

—Júrenme que no me van a matar ustedes mismos.

13 Y ellos le aseguraron:

—No, no te vamos a matar. Sólo queremos capturarte y entregarte a los filisteos.

Entonces lo ataron con dos sogas nuevas, y lo sacaron de su escondite.

14 Cuando llegaron a Lehi, los filisteos salieron a su encuentro, gritando de alegría. Pero el espíritu del Señor se apoderó de Sansón, el cual rompió las sogas que le sujetaban los brazos y las manos, como si fueran cordeles de lino quemados;

15 luego tomó una quijada de asno que había por allí y que aún no estaba reseca, y con ella mató a mil filisteos.

16 Después dijo:

«Con la quijada de un asno

hice uno y dos montones;

con la quijada de un asno

a mil hombres maté.»

17 Después arrojó la quijada, y por eso aquel lugar se llama Ramat-lehi.

18 Y como Sansón tenía muchísima sed, llamó al Señor y le dijo: «¿Cómo es posible que me hayas dado esta victoria tan grande, para ahora dejarme morir de sed y en manos de estos paganos?»

19 Entonces Dios abrió el hoyo que hay en Lehi, y Sansón bebió del agua que brotaba del hoyo, y se sintió reanimado. Por eso, al manantial que hasta la fecha está en Lehi se le llamó En-hacoré.

20 Sansón fue caudillo de Israel durante veinte años, en la época en que los filisteos dominaban la región.

Jueces 16

Sansón en Gaza

1 Un día Sansón fue a la ciudad de Gaza. Allí vio a una prostituta, y entró en su casa para pasar la noche con ella.

2 Cuando los de Gaza supieron que Sansón estaba en la ciudad, la rodearon; y se quedaron vigilando las puertas de la ciudad todo aquel día. Por la noche se fueron a descansar, pensando que lo matarían cuando amaneciera.

3 Pero Sansón estuvo acostado sólo hasta la medianoche. A esa hora se levantó y arrancó las puertas de la ciudad junto con sus pilares y su tranca, y echándose todo ello al hombro se lo llevó a lo alto del monte que está frente a Hebrón.

Sansón y Dalila

4 Después Sansón se enamoró de una mujer llamada Dalila, que vivía en el valle de Sorec.

5 Los jefes de los filisteos fueron a ver a Dalila, y le dijeron:

—Engaña a Sansón y averigua de dónde le vienen sus fuerzas extraordinarias, y cómo podríamos vencerlo; así podremos atarlo y tenerlo sujeto. A cambio de tus servicios, cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata.

6 Entonces ella le dijo a Sansón:

—Por favor, dime de dónde te vienen tus fuerzas tan extraordinarias. ¿Hay algún modo de atarte sin que te puedas soltar?

7 Y Sansón le respondió:

—Si me atan con siete cuerdas de arco que todavía no estén secas, perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente.

8 Los jefes de los filisteos le llevaron a Dalila siete cuerdas de arco nuevas, y con ellas Dalila ató a Sansón.

9 Y como ya antes había escondido a unos hombres en su cuarto, gritó:

—¡Sansón, te atacan los filisteos!

Entonces Sansón rompió las cuerdas, como si fueran un cordón quemado. Y los filisteos no pudieron averiguar de dónde le venía su fuerza.

10 Dalila le dijo:

—¡Me engañaste! ¡Me has estado mintiendo! Pero ahora sí, por favor, dime qué hay que hacer para atarte.

11 Y Sansón le respondió:

—Si me atan con sogas nuevas que nunca se hayan usado, perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente.

12 Entonces Dalila tomó unas sogas nuevas, lo ató con ellas, y gritó:

—¡Sansón, te atacan los filisteos!

También esta vez ella había escondido unos hombres en su cuarto; pero Sansón rompió las sogas, como si fueran hilos delgados.

13 Dalila le dijo a Sansón:

—¡Todavía me sigues engañando! ¡Todavía me estás mintiendo! ¡Dime qué hay que hacer para atarte!

Y Sansón le contestó:

—Lo que tienes que hacer es entretejer siete trenzas de mi cabello con la tela del telar, y clavar bien la estaca en el suelo. Así yo perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente.

Entonces Dalila hizo dormir a Sansón, y tomando las siete trenzas de su cabello, las entretejió con la tela del telar,

14 después de lo cual clavó bien la estaca en el suelo y gritó:

—¡Sansón, te atacan los filisteos!

Pero Sansón se levantó y arrancó del suelo la estaca y el telar.

15 Entonces ella le dijo:

—¡Mentiroso! ¿Cómo te atreves a decir que me quieres? Ya van tres veces que te burlas de mí, y todavía no me has dicho de dónde te viene toda tu fuerza.

16 Como era tanta la insistencia de Dalila, que a todas horas le hacía la misma pregunta, Sansón estaba tan fastidiado que tenía ganas de morirse;

17 así que finalmente le contó a Dalila su secreto:

—Nadie me ha cortado jamás el cabello, porque desde antes de nacer estoy consagrado a Dios como nazareo. Si me llegaran a cortar el cabello, perdería mi fuerza y sería tan débil como un hombre común y corriente.

18 Cuando Dalila se dio cuenta de que esta vez sí le había descubierto su secreto, mandó a decir a los jefes filisteos:

—¡Ahora sí, vengan, que Sansón me ha descubierto su secreto!

Entonces ellos fueron a verla con el dinero en la mano.

19 Dalila hizo que Sansón se durmiera con la cabeza recostada en sus piernas, y llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas de su cabellera. Luego ella comenzó a maltratarlo,

20 y le gritó:

—¡Sansón, te atacan los filisteos!

Sansón se despertó, creyendo que se libraría como las otras veces, pero no sabía que el Señor lo había abandonado.

21 Entonces los filisteos lo agarraron y le sacaron los ojos, y se lo llevaron a Gaza, en donde lo sujetaron con cadenas de bronce y lo pusieron a trabajar en el molino de la cárcel.

22 Sin embargo, su cabello empezó a crecerle de nuevo.

Muerte de Sansón

23 Los jefes de los filisteos se reunieron para celebrar su triunfo y ofrecer sacrificios a su dios Dagón. Y cantaban:

«Nuestro dios ha puesto en nuestras manos

a Sansón, nuestro enemigo.»

24 Y cuando la gente lo vio, también cantó y alabó a su dios, diciendo:

«Nuestro dios ha puesto en nuestras manos

a Sansón, nuestro enemigo,

que destruía nuestros campos

y mataba a muchos de los nuestros.»

25 Tan contentos estaban, que pidieron que les llevaran a Sansón para divertirse con él. Lo sacaron, pues, de la cárcel, y se divirtieron a costa de él, y lo pusieron de pie entre dos columnas.

26 Entonces Sansón le dijo al muchacho que lo llevaba de la mano:

—Ponme donde yo pueda tocar las columnas que sostienen el templo. Quiero apoyarme en ellas.

27 Todos los jefes de los filisteos se hallaban en el templo, que estaba lleno de hombres y mujeres. Había, además, como tres mil personas en la parte de arriba, mirando cómo los otros se divertían con Sansón.

28 Entonces Sansón clamó al Señor, y le dijo: «Te ruego, Señor, que te acuerdes de mí tan sólo una vez más, y que me des fuerzas para cobrarles a los filisteos mis dos ojos de una vez por todas.»

29 Luego buscó con las manos las dos columnas centrales, sobre las que descansaba todo el templo, y apoyando sus dos manos contra ellas,

30 gritó: «¡Mueran conmigo los filisteos!»

Entonces empujó con toda su fuerza, y el templo se derrumbó sobre los jefes de los filisteos y sobre todos los que estaban allí. Fueron más los que mató Sansón al morir, que los que había matado en toda su vida.

31 Después vinieron los hermanos y todos los parientes de Sansón, y recogieron su cuerpo y lo enterraron entre Sorá y Estaol, en la tumba de Manoa, su padre. Durante veinte años Sansón había sido caudillo de los israelitas.

Jueces 17

El templo privado de Micaías

1 En los montes de Efraín vivía un hombre que se llamaba Micaías,

2-3 el cual le confesó a su madre:

—En cuanto a las mil cien monedas de plata que te robaron, y por las que maldijiste al ladrón, yo las tengo. Yo fui quien te las robó; pero ahora te las devuelvo, pues te oí decir que las habías consagrado al Señor para mandar hacer un ídolo tallado y recubierto de plata.

Y le devolvió la plata. Entonces su madre exclamó:

—¡Que el Señor te bendiga, hijo mío!

4 Después que Micaías devolvió el dinero a su madre, ella le entregó a un platero doscientas monedas de plata para que le hiciera un ídolo tallado y recubierto de plata, que luego puso en casa de Micaías.

5 Micaías tenía un lugar de culto en su casa. Y se hizo un efod y dioses familiares, y nombró sacerdote a uno de sus hijos.

6 Como en aquella época aún no había rey en Israel, cada cual hacía lo que le daba la gana.

7 Había en el pueblo de Belén un joven forastero de la tribu de Judá, que era levita.

8 Este joven salió de Belén en busca de otro lugar donde vivir, y andando por los montes de Efraín llegó a casa de Micaías.

9 —¿De dónde vienes? —le preguntó Micaías.

—Vengo de Belén —contestó el joven—. Soy levita y ando buscando dónde vivir.

10 —Pues quédate aquí conmigo —le propuso Micaías—, para que seas mi sacerdote y como mi propio padre. Yo te pagaré diez monedas de plata al año, además de ropa y comida.

11 El levita aceptó quedarse a vivir con Micaías, y llegó a ser como uno de sus hijos.

12 Micaías lo hizo su sacerdote, y él se quedó a vivir allí.

13 Entonces Micaías pensó que tenía aseguradas las bendiciones de Dios, pues tenía un levita como sacerdote.

Jueces 18

Micaías y los de la tribu de Dan

1 En aquella época aún no había rey en Israel. La tribu de Dan tampoco tenía un territorio propio todavía, así que andaba buscando dónde establecerse.

2 Por eso los de Dan mandaron desde Sorá y Estaol a cinco de sus hombres más valientes, para que sirvieran de espías y exploraran la región. Estos cinco espías fueron a los montes de Efraín, y llegaron a casa de Micaías, donde se quedaron a pasar la noche.

3 Ya cerca de la casa de Micaías, reconocieron el modo de hablar del joven levita, y fueron a preguntarle:

—¿Quién te trajo por acá? ¿Por qué estás en este lugar? ¿Qué buscas aquí?

4 El levita les contó el trato que Micaías había hecho con él, y cómo lo había contratado para que fuera su sacerdote.

5 Entonces ellos le dijeron:

—Consulta a Dios para saber si nos va a ir bien en este viaje.

6 Y el sacerdote levita les contestó:

—Vayan tranquilos, que el Señor los protegerá por dondequiera que vayan.

7 De allí, los cinco espías se fueron a Lais. La gente de esta ciudad vivía confiada, como acostumbraban los sidonios; vivían tranquilos y en paz, sin que nadie los molestara para nada y sin que nada les faltara. Estaban lejos de los sidonios, y no tenían relaciones con nadie.

8 Entonces los cinco espías volvieron a Sorá y Estaol, donde estaban sus compañeros, que les preguntaron:

—¿Cómo les fue?

Y ellos respondieron:

9 —Hemos recorrido esa región y encontramos que la tierra es magnífica. ¡En marcha! ¡Vamos a atacarlos! ¡No se queden ahí sentados, sin hacer nada! ¡Hay que ir a conquistar esa tierra!

10 Al llegar allá, se van a encontrar con gente confiada y que tiene mucha tierra, a la que no le falta nada. Dios les dará posesión de ella.

11 Seiscientos hombres de la tribu de Dan salieron de Sorá y de Estaol bien armados,

12 y llegaron a Judá y acamparon allí, al oeste de Quiriat-jearim, en el lugar que ahora se llama Campamento de Dan.

13 De allí se fueron a los montes de Efraín, y llegaron a la casa de Micaías.

14 Entonces los cinco espías que habían explorado la región de Lais les dijeron a sus compañeros:

—¿Saben una cosa? En esta casa hay un efod y dioses familiares, y un ídolo tallado y recubierto de plata. ¿Qué piensan hacer?

15 Entonces los espías se apartaron de los demás y fueron a casa del joven levita, es decir, a la casa de Micaías, y lo saludaron.

16 Mientras tanto, los seiscientos soldados danitas bien armados esperaban a la puerta.

17 Los cinco espías entraron antes en la casa y tomaron el ídolo tallado y recubierto de plata, y el efod y los dioses familiares, mientras el sacerdote se quedaba a la puerta con los seiscientos soldados.

18 Al ver el sacerdote que los cinco entraban en casa de Micaías y tomaban el ídolo, el efod y los dioses familiares, les dijo:

—¿Qué están haciendo?

19 Y ellos le contestaron:

—¡Cállate, y ven con nosotros! ¡Queremos que nos sirvas como sacerdote y que seas como un padre para nosotros! ¿No te parece que es mejor ser sacerdote de toda una tribu de Israel, que de la familia de un solo hombre?

20 Esto le gustó al sacerdote, y tomando el ídolo, el efod y los dioses familiares, se fue con los danitas,

21 los cuales se pusieron nuevamente en marcha con los niños, el ganado y sus posesiones al frente.

22 Ya habían caminado bastante cuando Micaías y sus vecinos se juntaron y salieron a perseguirlos.

23 Al oír los gritos de los que los perseguían, los danitas se volvieron y le preguntaron a Micaías:

—¿Qué te pasa? ¿Por qué nos gritas tanto?

24 Y Micaías les respondió:

—Ustedes se llevan mis dioses, que yo había hecho, y se llevan también a mi sacerdote, y me dejan sin nada, ¿y todavía se atreven a preguntarme qué me pasa?

25 Pero los danitas le contestaron:

—No nos alces la voz, no sea que algunos de los nuestros pierdan la paciencia y te ataquen, y acaben perdiendo la vida tanto tú como tus familiares.

26 Al ver Micaías que ellos eran muchos, regresó a su casa; pero los danitas siguieron su camino

27 con las cosas que Micaías había hecho, y con su sacerdote, y llegaron hasta Lais. Allí la gente estaba tranquila y confiada, de modo que los danitas mataron a todos a filo de espada y quemaron la ciudad.

28 Como la ciudad estaba lejos de Sidón, y no tenía relaciones con nadie, no hubo quien la defendiera. Estaba en el valle que pertenece a Bet-rehob. Después los danitas reconstruyeron la ciudad y se quedaron a vivir en ella.

29 Aunque antes se llamaba Lais, ellos la llamaron Dan, en honor de su antepasado del mismo nombre, que era hijo de Israel.

30 Allí los danitas colocaron el ídolo tallado, para adorarlo, y su sacerdote fue Jonatán, hijo de Guersón y nieto de Moisés. Después los descendientes de Jonatán fueron sacerdotes de los danitas, hasta el exilio.

31 Allí estuvo entre ellos el ídolo que Micaías había hecho, todo el tiempo que el santuario del Señor estuvo en Siló.

Jueces 19

El levita y su concubina

1 En los días en que aún no había rey en Israel, un levita que vivía en la parte más lejana de los montes de Efraín tomó como concubina a una mujer de Belén de Judá.

2 Pero ella se enojó con él y se fue a vivir a Belén, con su padre. Después de estar ella cuatro meses allí,

3 el levita fue a buscarla para convencerla de que volviera con él. Llevó un criado y dos asnos, y ella lo recibió en casa de su padre.

4 También el padre lo recibió con alegría, y lo invitó a quedarse con ellos. El levita y su criado se quedaron tres días en casa del padre de ella, comiendo, bebiendo y durmiendo,

5 y al cuarto día por la mañana se levantaron temprano para irse. Pero cuando ya se iban, el padre de la muchacha le dijo a su yerno:

—Come aunque sea un pedazo de pan antes de irte, para que tengas fuerza.

6 Y los dos se sentaron juntos a comer y a beber, y el padre de ella le pidió que se quedara y pasara contento una noche más.

7 Y aunque el levita se levantó para irse, su suegro le insistió tanto que se quedó.

8 Al quinto día, el levita se levantó temprano para irse, pero otra vez el padre de la muchacha le rogó que comiera algo antes de salir, para que recobrara las fuerzas; así que comieron juntos hasta que se hizo tarde.

9 Cuando el levita se levantó para irse con su concubina y su criado, su suegro le hizo ver que ya era muy tarde y que el día se estaba yendo, y lo invitó a quedarse otra noche y pasarla contento, y salir al otro día temprano.

10 Pero el levita no quiso quedarse otra noche más, sino que se fue con su concubina y su criado y sus dos asnos ensillados. Cuando tuvieron ante ellos a Jebús, es decir, Jerusalén,

11 el criado le dijo al levita:

—¿Qué le parece a usted si pasamos la noche en esa ciudad de jebuseos?

12 Y el levita le respondió:

—No vamos a ir a ninguna ciudad que no sea israelita. Sigamos hasta Guibeá,

13 y procuremos pasar la noche ya sea en Guibeá o en Ramá.

14 Así pues, siguieron adelante, y cuando el sol se ponía llegaron a Guibeá, ciudad de la tribu de Benjamín.

15 Entonces se apartaron del camino y entraron en Guibeá para pasar la noche, y el levita fue y se sentó en la plaza de la ciudad porque nadie les ofrecía alojamiento.

16 Por fin, ya de noche, pasó un anciano que regresaba de trabajar en el campo. Este anciano era de los montes de Efraín, y vivía allí como forastero, pues los que vivían en Guibeá eran de la tribu de Benjamín.

17 Cuando el anciano vio en la plaza al viajero, le preguntó:

—¿De dónde vienes, y a dónde vas?

18 Y el levita respondió:

—Estamos de paso. Venimos de Belén de Judá, y vamos a la parte más lejana de los montes de Efraín, donde yo vivo. Estuve en Belén, y ahora voy de regreso a casa, pero no he encontrado aquí a nadie que me dé alojamiento.

19 Tenemos paja y forraje para mis asnos, y pan y vino para nosotros, es decir, para mi mujer, para mi siervo y para mí. No nos hace falta nada.

20 Pero el anciano le respondió:

—Sé bienvenido. Yo me haré cargo de todo lo que necesites. No voy a permitir que pases la noche en la plaza.

21 El anciano los llevó a su casa, y mientras los viajeros se lavaban los pies, y comían y bebían, él dio de comer a los asnos.

22 En el momento en que más contentos estaban, unos hombres pervertidos de la ciudad rodearon la casa y empezaron a golpear la puerta, y a decirle al anciano, dueño de la casa:

—¡Saca al hombre que tienes de visita! ¡Queremos acostarnos con él!

23 Pero el dueño de la casa les rogó:

—¡No, amigos míos, por favor! ¡No cometan tal perversidad, pues este hombre es mi huésped!

24 Miren, ahí está mi hija, que todavía es virgen. Y también está la concubina de este hombre. Voy a sacarlas para que las humillen y hagan con ellas lo que quieran. Pero con este hombre no cometan tal perversidad.

25 Pero ellos no le hicieron caso al anciano, así que el levita tomó a su concubina y la echó a la calle, y aquellos hombres la violaron y abusaron de ella toda la noche, hasta que amaneció. Entonces la dejaron.

26 Ya estaba amaneciendo cuando la mujer regresó a la casa del anciano, donde estaba su marido, y cayó muerta delante de la puerta.

27 Cuando su marido se levantó y abrió la puerta para seguir su camino, se encontró a su concubina tendida ante el umbral de la puerta, con las manos sobre el umbral.

28 Entonces le dijo:

—Levántate y vámonos.

Pero ella no le respondió. Entonces él colocó el cadáver sobre un asno, y se puso en camino hacia su casa.

29 Al llegar, tomó un cuchillo y descuartizó el cadáver de su concubina en doce pedazos, y los mandó por todo el territorio de Israel.

30 Todos los que lo veían, decían:

—Desde que los israelitas salieron de Egipto, nunca se había visto nada semejante. Hay que pensar en esto y decidir lo que haremos al respecto.

Jueces 20

Reacción de los israelitas ante el crimen de Guibeá

1 Entonces todos los israelitas, desde Dan hasta Beerseba y Galaad, se reunieron como un solo hombre en Mispá, delante del Señor.

2 Todos los jefes de las tribus de Israel estaban presentes, y del pueblo de Dios se reunieron cuatrocientos mil soldados de a pie.

3 Los de la tribu de Benjamín se enteraron de que las otras tribus israelitas se habían reunido en Mispá. Y los israelitas le preguntaron al levita cómo había ocurrido aquel crimen.

4 El levita, marido de la víctima, les dijo:

—Yo llegué con mi concubina a la ciudad de Guibeá, de la tribu de Benjamín, para pasar la noche allí.

5 Pero esa misma noche los habitantes de la ciudad rodearon la casa en que estábamos alojados, con la idea de matarme, y de tal manera abusaron de mi concubina, que ella murió.

6 Entonces yo tomé el cadáver y lo descuarticé, y mandé los pedazos por todo el país, para que en todo Israel se enteraran de este crimen tan infame.

7 A ustedes les toca ahora, como israelitas, opinar y decidir lo que se debe hacer.

8 Como un solo hombre, todos se pusieron de pie y dijeron:

—Ninguno de nosotros volverá a su tienda o a su casa.

9 Lo que tenemos que hacer es echar a suertes quiénes deberán atacar Guibeá.

10 Uno de cada diez hombres de todas las tribus, se encargará de conseguir comida para el ejército; los demás irán a darle su merecido a Guibeá por esta infamia que se ha cometido en Israel.

11 Todos los israelitas se unieron, como un solo hombre, para atacar la ciudad.

12 Mandaron mensajeros por todo el territorio de la tribu de Benjamín, para decirles: «¿Qué crimen es éste que han cometido algunos de ustedes?

13 Entréguennos a esos pervertidos que están en Guibeá, para matarlos y purificar a Israel de la maldad.»

Pero los de Benjamín no hicieron caso a sus hermanos israelitas,

14 sino que los benjaminitas de todas las ciudades se juntaron en Guibeá para ir a pelear contra los otros israelitas.

15 Los soldados de las ciudades de Benjamín que se alistaron eran veintiséis mil, sin contar setecientos hombres escogidos que eran de Guibeá.

16 Entre todos estos hombres había setecientos zurdos que manejaban tan bien la honda que podían darle con la piedra a un cabello, sin fallar nunca.

17 Por su parte, los otros israelitas reunieron cuatrocientos mil guerreros experimentados.

La guerra contra la tribu de Benjamín

18 Los israelitas fueron a Betel, y allí consultaron a Dios para saber qué tribu debía atacar primero a los de Benjamín. El Señor les respondió que Judá debía ser la primera.

19 Así pues, los israelitas se levantaron temprano y acamparon frente a Guibeá.

20 Avanzaron contra los de Benjamín, y se colocaron frente a Guibeá en orden de batalla.

21 Pero los de Benjamín salieron de la ciudad, y aquel día mataron a veintidós mil israelitas.

22-24 Por eso los israelitas fueron a Betel a lamentarse en presencia del Señor hasta el anochecer, y allí le consultaron si debían volver a atacar a sus hermanos de la tribu de Benjamín. Como el Señor les ordenó atacar, cobraron ánimo, y al día siguiente volvieron a presentar batalla contra los benjaminitas en el mismo lugar donde la habían presentado el día anterior.

25 Pero por segunda vez los benjaminitas salieron de Guibeá a atacarlos, y mataron a otros dieciocho mil soldados israelitas.

26 Entonces todos los soldados de Israel y todo el pueblo fueron nuevamente a Betel, a lamentarse delante del Señor. Todo el día se lo pasaron sin comer, y le ofrecieron al Señor holocaustos y sacrificios de reconciliación.

27-28 En aquel tiempo el arca de la alianza de Dios estaba en Betel, y su sacerdote era Finees, hijo de Eleazar y nieto de Aarón. Y los israelitas consultaron al Señor: «¿Debemos atacar una vez más a nuestros hermanos de la tribu de Benjamín, o es mejor que nos demos por vencidos?» El Señor les dijo: «Ataquen, que mañana yo les daré la victoria.»

29 Entonces algunos soldados israelitas se escondieron alrededor de Guibeá,

30 mientras los demás marchaban aquel tercer día contra los de Benjamín y se colocaban en orden de batalla frente a Guibeá, como las otras dos veces.

31 Una vez más, los de la tribu de Benjamín salieron de la ciudad, alejándose de ella para atacar a los israelitas. Lograron matar como a treinta israelitas por los caminos de Betel y Guibeá, y por los campos,

32 creyendo que los israelitas huían de ellos, derrotados como las dos veces anteriores. Los israelitas, sin embargo, se estaban alejando de la ciudad para que el enemigo los persiguiera hasta los caminos.

33 De pronto los israelitas salieron de donde estaban y se colocaron en orden de batalla en Baal-tamar; por su parte, los que estaban escondidos en la pradera, alrededor de Guibeá, salieron de sus escondites

34 y atacaron la ciudad. Eran diez mil de los mejores guerreros israelitas los que atacaron a Guibeá. La lucha fue dura, y los de Benjamín no sabían que estaban a punto de perder.

35 El Señor les dio a los israelitas la victoria sobre los benjaminitas, y aquel día los israelitas mataron veinticinco mil cien soldados de la tribu de Benjamín.

36 Entonces los benjaminitas se dieron cuenta de que habían perdido.

Los israelitas se habían ido retirando ante el ataque de los benjaminitas, porque confiaban en los hombres que estaban escondidos para atacar Guibeá.

37 Estos hombres atacaron por sorpresa a Guibeá y mataron a filo de espada a todos los de la ciudad.

38 Los que estaban escondidos para atacar la ciudad se habían puesto de acuerdo con los otros israelitas para avisarles con una gran columna de humo cuando hubieran tomado la ciudad.

39 En el momento en que los israelitas que parecían huir vieran la columna de humo, se volverían y harían frente a los de Benjamín.

Los benjaminitas lograron matar a unos treinta israelitas, con lo cual se confiaron, pensando que los habían derrotado, como en la primera batalla;

40 pero en esto empezó a salir humo de la ciudad, y cuando los benjaminitas miraron atrás, las llamas y el humo de la ciudad entera llegaban al cielo.

41 Entonces los israelitas les hicieron frente, y los benjaminitas se acobardaron al darse cuenta del desastre que se les venía encima.

42 Salieron huyendo de los israelitas por el camino del desierto, pero no podían escapar, pues los que salían de la ciudad les cortaban el paso y los mataban.

43 Los benjaminitas quedaron rodeados por los israelitas, los cuales los persiguieron y los fueron aplastando desde Menuhá hasta el oriente de Guibeá.

44 Así murieron dieciocho mil soldados de la tribu de Benjamín.

45 Los demás se volvieron y salieron huyendo hacia el desierto, en dirección a la peña de Rimón, pero cinco mil de ellos fueron muertos en los caminos. Los israelitas siguieron persiguiéndolos, y los destrozaron, matando a dos mil hombres.

46 En total, ese día murieron veinticinco mil de los mejores soldados de la tribu de Benjamín.

47 Pero seiscientos benjaminitas se volvieron y huyeron hacia el desierto, y se quedaron cuatro meses en la peña de Rimón.

48 Los israelitas atacaron luego a los demás benjaminitas, y pasaron a cuchillo a los hombres de cada ciudad, matando animales y todo lo que encontraban a su paso, y quemando las ciudades.

Jueces 21

Resurgimiento de la tribu de Benjamín

1 Los israelitas habían jurado en Mispá que no dejarían que sus hijas se casaran con ningún benjaminita.

2 Pero luego se reunieron en Betel y estuvieron en presencia de Dios hasta el anochecer, llorando y quejándose:

3 «¡Oh Señor, Dios de Israel! ¿Por qué nos ha sucedido esto? ¿Cómo es posible que ahora falte una tribu en Israel?»

4 Al día siguiente los israelitas se levantaron temprano, hicieron un altar y le ofrecieron al Señor holocaustos y sacrificios de reconciliación.

5 Y se preguntaban: «¿Quién de entre todos nosotros no asistió a la reunión en Mispá?», pues habían jurado matar a quienes no asistieran a la reunión.

6 Los israelitas estaban muy tristes por lo que les había sucedido a sus hermanos los benjaminitas, y decían: «En este día ha sido arrancada de Israel una de sus tribus.

7 ¿Qué haremos para conseguirles mujeres a los benjaminitas que quedan vivos? Nosotros hemos jurado por el Señor no permitir que nuestras hijas se casen con ellos.

8 ¿Hay aquí algún israelita que no se haya presentado ante el Señor en Mispá?»

Recordaron entonces que de Jabés de Galaad nadie había asistido a la reunión,

9 pues al pasar lista no había respondido nadie de este lugar.

10-11 Entonces el pueblo entero envió a doce mil de los mejores soldados con órdenes de matar a filo de espada a todos los de Jabés, incluyendo a los niños y a las mujeres que no fueran vírgenes.

12 Entre los que vivían en Jabés se encontraron cuatrocientas jóvenes que no habían tenido relaciones sexuales con ningún hombre, y las trajeron al campamento que estaba en Siló, en Canaán.

13 Entonces el pueblo entero mandó buscar a los benjaminitas que estaban en la peña de Rimón, y los invitaron a hacer la paz.

14 Los de Benjamín regresaron, y los israelitas les dieron las mujeres que habían traído de Jabés. Pero no hubo mujeres suficientes para todos ellos.

15 Los israelitas sentían lástima por la tribu de Benjamín, porque el Señor había dejado un vacío en las tribus de Israel.

16 Y los jefes del pueblo se preguntaban: «¿Cómo vamos a conseguir mujeres para los demás, si las mujeres benjaminitas fueron exterminadas?

17 Benjamín debe seguir manteniendo el lugar que le corresponde entre nuestras tribus, por medio de los que le han quedado con vida, para que no falte ninguna de las tribus de Israel.

18 Pero nosotros no podemos darles nuestras hijas para que se casen con ellos, porque todos los israelitas hemos jurado no darles nuestras hijas a los benjaminitas, bajo pena de maldición.

19 Sin embargo, cada año hay una gran fiesta del Señor en Siló, que está al norte de Betel, al este del camino que va de Betel a Siquem, y al sur de Leboná.»

20 Entonces los jefes de Israel les mandaron este mensaje a los benjaminitas: «Vayan, escóndanse en los viñedos cercanos a Siló,

21 y manténganse atentos. Cuando las muchachas de Siló salgan bailando en grupos, salgan también ustedes de sus escondites y róbese cada uno una mujer, y váyanse a sus tierras.

22 Y si los padres o los hermanos de las muchachas vienen a hacernos alguna reclamación, les diremos: “Nosotros les rogamos, como un favor personal, que los perdonen, porque nosotros no pudimos conseguir mujeres para todos ellos en la guerra contra Jabés. Además, como ustedes no se las dieron, realmente no han faltado al juramento.”»

23 Los benjaminitas aceptaron hacer lo que se les proponía, así que cada uno se robó una muchacha de las que estaban bailando, y se la llevó. Luego regresaron a sus tierras, y volvieron a construir sus ciudades y a vivir en ellas.

24 Los otros israelitas también se fueron, y cada uno regresó a su propia tierra, a su tribu y a su clan.

25 En aquella época aún no había rey en Israel, y cada cual hacía lo que le daba la gana.

Josué 1

Dios llama a Josué

1 Después que murió Moisés, el siervo del Señor, habló el Señor con Josué, hijo de Nun y ayudante de Moisés, y le dijo:

2 «Como mi siervo Moisés ha muerto, ahora eres tú quien debe cruzar el río Jordán con todo el pueblo de Israel, para ir a la tierra que voy a darles a ustedes.

3 Tal como se lo prometí a Moisés, yo les daré toda la tierra en donde ustedes pongan el pie.

4 Les daré el territorio que va desde el desierto y la sierra del Líbano hasta el gran río Éufrates, con todo el territorio de los hititas, y hasta el mar Mediterráneo.

5 Nadie te podrá derrotar en toda tu vida, y yo estaré contigo así como estuve con Moisés, sin dejarte ni abandonarte jamás.

6 Ten valor y firmeza, que tú vas a repartir la tierra a este pueblo, pues es la herencia que yo prometí a sus antepasados.

7 Lo único que te pido es que tengas mucho valor y firmeza, y que cumplas toda la ley que mi siervo Moisés te dio. Cúmplela al pie de la letra para que te vaya bien en todo lo que hagas.

8 Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas siempre lo que éste ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien.

9 Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.»

Josué se prepara para la conquista

10 Entonces Josué les dio órdenes a los jefes del pueblo:

11 «Vayan por todo el campamento y ordenen a todos que preparen provisiones, porque dentro de tres días vamos a cruzar el río Jordán para tomar posesión de la tierra que el Señor nuestro Dios nos va a dar.»

12 Josué habló también a las tribus de Rubén y de Gad y a la media tribu de Manasés, y les dijo:

13 —Acuérdense de lo que les mandó Moisés, el siervo del Señor, cuando les dijo que el Señor, el Dios de ustedes, les daría esta tierra para que pudieran descansar.

14 Dejen aquí sus mujeres, niños y animales, en esta tierra que Moisés les dio de este lado del Jordán. Pero todos los hombres aptos para la guerra tomen sus armas y vayan delante de sus hermanos, para ayudarlos,

15 hasta que el Señor les dé a ellos un lugar de descanso, como se lo dio a ustedes, y hasta que ellos también sean dueños de la tierra que el Señor les va a dar. Después, ustedes podrán regresar a sus tierras de este lado oriental del río, para tomar posesión definitiva de esta tierra que les dio Moisés, el siervo de Dios.

16 Y ellos contestaron:

—Haremos todo lo que nos has ordenado, e iremos a donde nos mandes.

17 Siempre te obedeceremos, como antes obedecimos a Moisés. Lo único que pedimos es que el Señor tu Dios te acompañe como acompañó a Moisés.

18 Todo el que se te oponga o no obedezca cuanto tú mandes, morirá. Sólo pedimos que tengas valor y firmeza.

Josué 2

Josué manda espías a Jericó

1 Desde Sitim, Josué mandó en secreto a dos espías, y les dijo: «Vayan a explorar la región y la ciudad de Jericó.»

Ellos fueron, y llegaron a la casa de una prostituta de Jericó que se llamaba Rahab, en donde se quedaron a pasar la noche.

2 Pero alguien dio aviso al rey de Jericó, diciéndole:

—Unos israelitas han venido esta noche a explorar la región.

3 Entonces el rey mandó a decir a Rahab:

—Saca a los hombres que vinieron a verte y que están en tu casa, porque son espías.

4 Pero ella los escondió y dijo:

—Es verdad que unos hombres me visitaron, pero yo no supe de dónde eran.

5 Se fueron al caer la noche, porque a esa hora se cierra la puerta de la ciudad, y no sé a dónde se fueron. Pero si ustedes salen en seguida a perseguirlos, los podrán alcanzar.

6 En realidad, ella los había hecho subir a la azotea, y estaban allí escondidos, entre unos manojos de lino puestos a secar.

7 Los hombres del rey los persiguieron en dirección del río Jordán, hasta los vados. Tan pronto como los soldados salieron, fue cerrada la puerta de la ciudad.

8 Entonces, antes que los espías se durmieran, Rahab subió a la azotea y les dijo:

9 —Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra a ustedes, porque él ha hecho que nosotros les tengamos mucho miedo. Todos los que viven aquí están muertos de miedo por causa de ustedes.

10 Sabemos que cuando ustedes salieron de Egipto, Dios secó el agua del Mar Rojo para que ustedes lo pasaran. También sabemos que ustedes aniquilaron por completo a Sihón y a Og, los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del río Jordán.

11 Es tanto el miedo que nos ha dado al saberlo, que nadie se atreve a enfrentarse con ustedes. Porque el Señor, el Dios de ustedes, es Dios lo mismo arriba en el cielo que abajo en la tierra.

12 Por eso yo les pido que me juren aquí mismo, por el Señor, que van a tratar bien a mi familia, de la misma manera que yo los he tratado bien a ustedes. Denme una prueba de su sinceridad,

13 y perdonen la vida a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es de ellos. ¡Sálvennos de la muerte!

14 Ellos le contestaron:

—Con nuestra propia vida respondemos de la vida de ustedes, con tal de que tú no digas nada de este asunto. Cuando el Señor nos haya dado esta tierra, nosotros te trataremos bien y con lealtad.

15 Como Rahab vivía en una casa construida sobre la muralla misma de la ciudad, con una soga los hizo bajar por la ventana.

16 Y les dijo:

—Váyanse a la montaña, para que no los encuentren los que andan buscándolos. Escóndanse allí durante tres días, hasta que ellos vuelvan a la ciudad. Después podrán ustedes seguir su camino.

17 Y ellos le contestaron:

—Nosotros cumpliremos el juramento que nos has pedido hacerte.

18 Pero cuando entremos en el país, tú deberás colgar esta soga roja de la ventana por la que nos has hecho bajar. Reúne entonces en tu casa a tu padre, tu madre, tus hermanos y toda la familia de tu padre.

19 Si alguno de ellos sale de tu casa, será responsable de su propia muerte; la culpa no será nuestra. Pero si alguien toca a quien esté en tu casa contigo, nosotros seremos los responsables.

20 Y si tú dices algo de este asunto, nosotros ya no estaremos obligados a cumplir el juramento que te hemos hecho.

21 —Estamos de acuerdo —contestó ella.

Entonces los despidió, y ellos se fueron. Después ella ató la soga roja a su ventana.

22 Los dos espías se fueron a las montañas y se escondieron allí durante tres días, mientras los soldados los buscaban por todas partes sin encontrarlos, hasta que por fin volvieron a Jericó.

23 Entonces los espías bajaron de las montañas, cruzaron el río y regresaron a donde estaba Josué, a quien contaron todo lo que les había pasado.

24 Le dijeron: «El Señor ha puesto toda la región en nuestras manos. Por causa nuestra, todos los que viven en el país están muertos de miedo.»