San Juan 20

El sepulcro vacío

1 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada.

2 Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:

—¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!

3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

4 Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro.

5 Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró.

6 Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas;

7 y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó.

9 Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.

10 Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa.

Jesús se aparece a María Magdalena

11 María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro,

12 y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron:

—Mujer, ¿por qué lloras?

Ella les dijo:

—Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.

14 Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él.

15 Jesús le preguntó:

—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:

—Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo.

16 Jesús entonces le dijo:

—¡María!

Ella se volvió y le dijo en hebreo:

—¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»).

17 Jesús le dijo:

—No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes.

18 Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho.

Jesús se aparece a los discípulos

19 Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo:

—¡Paz a ustedes!

20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor.

21 Luego Jesús les dijo otra vez:

—¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.

22 Y sopló sobre ellos, y les dijo:

—Reciban el Espíritu Santo.

23 A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.

Tomás ve al Señor resucitado

24 Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

25 Después los otros discípulos le dijeron:

—Hemos visto al Señor.

Pero Tomás les contestó:

—Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer.

26 Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y los saludó, diciendo:

—¡Paz a ustedes!

27 Luego dijo a Tomás:

—Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡cree!

28 Tomás entonces exclamó:

—¡Mi Señor y mi Dios!

29 Jesús le dijo:

—¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!

El porqué de este libro

30 Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.

31 Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.

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San Juan 21

Jesús se aparece a siete de sus discípulos

1 Después de esto, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos, a orillas del Lago de Tiberias. Sucedió de esta manera:

2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús.

3 Simón Pedro les dijo:

—Voy a pescar.

Ellos contestaron:

—Nosotros también vamos contigo.

Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada.

4 Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él.

5 Jesús les preguntó:

—Muchachos, ¿no tienen pescado?

Ellos le contestaron:

—No.

6 Jesús les dijo:

—Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán.

Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía.

7 Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho, le dijo a Pedro:

—¡Es el Señor!

Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se tiró al agua.

8 Los otros discípulos llegaron a la playa con la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a cien metros escasos de la orilla.

9 Al bajar a tierra, encontraron un fuego encendido, con un pescado encima, y pan.

10 Jesús les dijo:

—Traigan algunos pescados de los que acaban de sacar.

11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red llena de grandes pescados, ciento cincuenta y tres; y aunque eran tantos, la red no se rompió.

12 Jesús les dijo:

—Vengan a desayunarse.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor.

13 Luego Jesús se acercó, tomó en sus manos el pan y se lo dio a ellos; y lo mismo hizo con el pescado.

14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.

Palabras de Jesús a Simón Pedro

15 Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro:

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Pedro le contestó:

—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dijo:

—Cuida de mis corderos.

16 Volvió a preguntarle:

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Pedro le contestó:

—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dijo:

—Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez le preguntó:

—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Pedro, triste porque le había preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó:

—Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero.

Jesús le dijo:

—Cuida de mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, te vestías para ir a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir.

19 Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro iba a morir y a glorificar con su muerte a Dios. Después le dijo:

—¡Sígueme!

El discípulo a quien Jesús quería mucho

20 Al volverse, Pedro vio que detrás venía el discípulo a quien Jesús quería mucho, el mismo que en la cena había estado a su lado y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?»

21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús:

—Señor, y a éste, ¿qué le va a pasar?

22 Jesús le contestó:

—Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme.

23 Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría. Lo que dijo fue: «Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti?»

24 Éste es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las ha escrito. Y sabemos que dice la verdad.

25 Jesús hizo muchas otras cosas; tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.

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San Lucas 1

Prólogo

1 Muchos han emprendido la tarea de escribir la historia de los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros,

2 según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje.

3 Yo también, excelentísimo Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente,

4 para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado.

Un ángel anuncia el nacimiento de Juan el Bautista

5 En el tiempo en que Herodes era rey del país de los judíos, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al turno de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón.

6 Los dos eran justos delante de Dios y obedecían los mandatos y leyes del Señor de manera intachable.

7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; además, los dos eran ya muy ancianos.

8 Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le tocó el turno de oficiar delante de Dios,

9 según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso.

10 Mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando afuera.

11 En esto se le apareció a Zacarías un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso.

12 Al ver al ángel, Zacarías se quedó sorprendido y lleno de miedo.

13 Pero el ángel le dijo:

—Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan.

14 Tú te llenarás de gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento,

15 porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No tomará vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer.

16 Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios.

17 Este Juan irá delante del Señor, con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.

18 Zacarías preguntó al ángel:

—¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano y mi esposa también.

19 El ángel le contestó:

—Yo soy Gabriel, y estoy al servicio de Dios; él me mandó a hablar contigo y darte estas buenas noticias.

20 Pero ahora, como no has creído lo que te he dicho, vas a quedarte mudo; no podrás hablar hasta que, a su debido tiempo, suceda todo esto.

21 Mientras tanto, la gente estaba afuera esperando a Zacarías y preguntándose por qué tardaba tanto en salir del santuario.

22 Cuando al fin salió, no les podía hablar; entonces se dieron cuenta de que había tenido una visión en el santuario, pues les hablaba por señas; y siguió así, sin poder hablar.

23 Cumplido su servicio, Zacarías se fue a su casa.

24 Después de esto, su esposa Isabel quedó encinta, y durante cinco meses no salió de su casa, pensando:

25 «El Señor me ha hecho esto ahora, para que la gente ya no me desprecie.»

Un ángel anuncia el nacimiento de Jesús

26 A los seis meses, Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret,

27 donde vivía una joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David.

28 El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo:

—¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo.

29 María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo.

30 El ángel le dijo:

—María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios.

31 Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.

32 Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David,

33 para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin.

34 María preguntó al ángel:

—¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios.

36 También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses.

37 Para Dios no hay nada imposible.

38 Entonces María dijo:

—Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.

Con esto, el ángel se fue.

María visita a Isabel

39 Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea,

40 y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo.

42 Entonces, con voz muy fuerte, dijo:

—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!

43 ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor?

44 Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre.

45 ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

46 María dijo:

«Mi alma alaba la grandeza del Señor;

47 mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.

48 Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava,

y desde ahora siempre me llamarán dichosa;

49 porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.

¡Santo es su nombre!

50 Dios tiene siempre misericordia

de quienes lo reverencian.

51 Actuó con todo su poder:

deshizo los planes de los orgullosos,

52 derribó a los reyes de sus tronos

y puso en alto a los humildes.

53 Llenó de bienes a los hambrientos

y despidió a los ricos con las manos vacías.

54 Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,

y no se olvidó de tratarlo con misericordia.

55 Así lo había prometido a nuestros antepasados,

a Abraham y a sus futuros descendientes.»

56 María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.

Nacimiento de Juan el Bautista

57 Al cumplirse el tiempo en que Isabel debía dar a luz, tuvo un hijo.

58 Sus vecinos y parientes fueron a felicitarla cuando supieron que el Señor había sido tan bueno con ella.

59 A los ocho días, llevaron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías.

60 Pero su madre dijo:

—No. Tiene que llamarse Juan.

61 Le contestaron:

—No hay nadie en tu familia con ese nombre.

62 Entonces preguntaron por señas al padre del niño, para saber qué nombre quería ponerle.

63 El padre pidió una tabla para escribir, y escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos se quedaron admirados.

64 En aquel mismo momento Zacarías volvió a hablar, y comenzó a alabar a Dios.

65 Todos los vecinos estaban asombrados, y en toda la región montañosa de Judea se contaba lo sucedido.

66 Todos los que lo oían se preguntaban a sí mismos: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque ciertamente el Señor mostraba su poder en favor de él.

El himno de Zacarías

67 Zacarías, el padre del niño, lleno del Espíritu Santo y hablando proféticamente, dijo:

68 «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha venido a rescatar a su pueblo!

69 Nos ha enviado un poderoso salvador,

un descendiente de David, su siervo.

70 Esto es lo que había prometido en el pasado

por medio de sus santos profetas:

71 que nos salvaría de nuestros enemigos

y de todos los que nos odian,

72 que tendría compasión de nuestros antepasados

y que no se olvidaría de su santa alianza.

73 Y éste es el juramento que había hecho

a nuestro padre Abraham:

que nos permitiría

74 vivir sin temor alguno,

libres de nuestros enemigos,

para servirle

75 con santidad y justicia,

y estar en su presencia toda nuestra vida.

76 En cuanto a ti, hijito mío,

serás llamado profeta del Dios altísimo,

porque irás delante del Señor

preparando sus caminos,

77 para hacer saber a su pueblo

que Dios les perdona sus pecados

y les da la salvación.

78 Porque nuestro Dios, en su gran misericordia,

nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,

79 para dar luz a los que viven

en la más profunda oscuridad,

y dirigir nuestros pasos

por el camino de la paz.»

80 El niño crecía y se hacía fuerte espiritualmente, y vivió en los desiertos hasta el día en que se dio a conocer a los israelitas.

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San Lucas 2

Nacimiento de Jesús

1 Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo.

2 Este primer censo fue hecho siendo Quirinio gobernador de Siria.

3 Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo.

4 Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David.

5 Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta.

6 Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz.

7 Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón.

Los ángeles y los pastores

8 Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas.

9 De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo.

10 Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos:

11 Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor.

12 Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo.»

13 En aquel momento aparecieron, junto al ángel, muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:

14 «¡Gloria a Dios en las alturas!

¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!»

15 Cuando los ángeles se volvieron al cielo, los pastores comenzaron a decirse unos a otros:

—Vamos, pues, a Belén, a ver esto que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.

16 Fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el establo.

17 Cuando lo vieron, se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño,

18 y todos los que lo oyeron se admiraban de lo que decían los pastores.

19 María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente.

20 Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho.

El niño Jesús es presentado en el templo

21 A los ocho días circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel le había dicho a María antes que ella estuviera encinta.

22 Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor.

23 Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: «Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.»

24 Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones de paloma.

25 En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón. Era un hombre justo y piadoso, que esperaba la restauración de Israel. El Espíritu Santo estaba con Simeón,

26 y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría.

27 Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley ordenaba,

28 Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios, diciendo:

29 «Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:

puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Porque ya he visto la salvación

31 que has comenzado a realizar

a la vista de todos los pueblos,

32 la luz que alumbrará a las naciones

y que será la gloria de tu pueblo Israel.»

33 El padre y la madre de Jesús se quedaron admirados al oír lo que Simeón decía del niño.

34 Entonces Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús:

—Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. Él será una señal que muchos rechazarán,

35 a fin de que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma.

36 También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era ya muy anciana. Se casó siendo muy joven, y había vivido con su marido siete años;

37 hacía ya ochenta y cuatro años que se había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones.

38 Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

El regreso a Nazaret

39 Después de haber cumplido con todo lo que manda la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret.

40 Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

El niño Jesús es hallado en el templo

41 Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.

42 Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá todos ellos, como era costumbre en esa fiesta.

43 Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta.

44 Pensando que Jesús iba entre la gente, hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos,

45 no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí.

46 Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

47 Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas.

48 Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo:

—Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia.

49 Jesús les contestó:

—¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?

50 Pero ellos no entendieron lo que les decía.

51 Entonces volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos en todo. Su madre guardaba todo esto en su corazón.

52 Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres.

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San Lucas 3

1 Era el año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene.

2 Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías,

3 y Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados.

4 Esto sucedió como está escrito en el libro del profeta Isaías:

«Una voz grita en el desierto:

“Preparen el camino del Señor;

ábranle un camino recto.

5 Todo valle será rellenado,

todo cerro y colina será nivelado,

los caminos torcidos serán enderezados,

y allanados los caminos disparejos.

6 Todo el mundo verá la salvación que Dios envía.”»,

7 Cuando la gente salía para que Juan los bautizara, él les decía: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca?

8 Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor, y no vayan a decir entre ustedes: “¡Nosotros somos descendientes de Abraham!”; porque les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham.

9 Además, el hacha ya está lista para cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego.»

10 Entonces la gente le preguntó:

—¿Qué debemos hacer?

11 Juan les contestó:

—El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene.

12 Se acercaron también para ser bautizados algunos de los que cobraban impuestos para Roma, y le preguntaron a Juan:

—Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?

13 Juan les dijo:

—No cobren más de lo que deben cobrar.

14 También algunos soldados le preguntaron:

—Y nosotros, ¿qué debemos hacer?

Les contestó:

—No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho; y confórmense con su sueldo.

15 La gente estaba en gran expectativa, y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías;

16 pero Juan les dijo a todos: «Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias.

17 Trae su aventador en la mano, para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.»

18 De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia a la gente.

19 Además reprendió a Herodes, el gobernante, porque tenía por mujer a Herodías, la esposa de su hermano, y también por todo lo malo que había hecho;

20 pero Herodes, a todas sus malas acciones añadió otra: metió a Juan en la cárcel.

Jesús es bautizado

21 Sucedió que cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió

22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía:

—Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.

Los antepasados de Jesús

23 Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su actividad. Fue hijo, según se creía, de José. José fue hijo de Elí,

24 que a su vez fue hijo de Matat, que fue hijo de Leví, que fue hijo de Melquí, que fue hijo de Janai, que fue hijo de José,

25 que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Amós, que fue hijo de Nahúm, que fue hijo de Eslí, que fue hijo de Nagai,

26 que fue hijo de Máhat, que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Semeí, que fue hijo de Josec, que fue hijo de Joiadá,

27 que fue hijo de Johanán, que fue hijo de Resá, que fue hijo de Zorobabel, que fue hijo de Salatiel, que fue hijo de Nerí,

28 que fue hijo de Melquí, que fue hijo de Adí, que fue hijo de Cosam, que fue hijo de Elmadam, que fue hijo de Er,

29 que fue hijo de Jesús, que fue hijo de Eliézer, que fue hijo de Jorim, que fue hijo de Matat,

30 que fue hijo de Leví, que fue hijo de Simeón, que fue hijo de Judá, que fue hijo de José, que fue hijo de Jonam, que fue hijo de Eliaquim,

31 que fue hijo de Meleá, que fue hijo de Mená, que fue hijo de Matatá, que fue hijo de Natán,

32 que fue hijo de David, que fue hijo de Jesé, que fue hijo de Obed, que fue hijo de Booz, que fue hijo de Sélah, que fue hijo de Nahasón,

33 que fue hijo de Aminadab, que fue hijo de Admín, que fue hijo de Arní, que fue hijo de Hesrón, que fue hijo de Fares, que fue hijo de Judá,

34 que fue hijo de Jacob, que fue hijo de Isaac, que fue hijo de Abraham, que fue hijo de Térah, que fue hijo de Nahor,

35 que fue hijo de Serug, que fue hijo de Ragau, que fue hijo de Péleg, que fue hijo de Éber, que fue hijo de Sélah,

36 que fue hijo de Cainán, que fue hijo de Arfaxad, que fue hijo de Sem, que fue hijo de Noé, que fue hijo de Lámec,

37 que fue hijo de Matusalén, que fue hijo de Henoc, que fue hijo de Jéred, que fue hijo de Mahalaleel, que fue hijo de Cainán,

38 que fue hijo de Enós, que fue hijo de Set, que fue hijo de Adán, que fue hijo de Dios.

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San Lucas 4

El diablo pone a prueba a Jesús

1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto.

2 Allí estuvo cuarenta días, y el diablo lo puso a prueba. No comió nada durante esos días, así que después sintió hambre.

3 El diablo entonces le dijo:

—Si de veras eres Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan.

4 Jesús le contestó:

—La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre.”

5 Luego el diablo lo levantó y, mostrándole en un momento todos los países del mundo,

6 le dijo:

—Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países. Porque yo lo he recibido, y se lo daré al que quiera dárselo.

7 Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.

8 Jesús le contestó:

—La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.”

9 Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo subió a la parte más alta del templo y le dijo:

—Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí;

10 porque la Escritura dice:

“Dios mandará que sus ángeles

te cuiden y te protejan.

11 Te levantarán con sus manos,

para que no tropieces con piedra alguna.”

12 Jesús le contestó:

—También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”

13 Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de él por algún tiempo.

Jesús comienza su actividad en Galilea

14 Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor.

15 Enseñaba en la sinagoga de cada lugar, y todos le alababan.

Jesús en Nazaret

16 Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras.

17 Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:

18 «El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado

para llevar la buena noticia a los pobres;

me ha enviado a anunciar libertad a los presos

y dar vista a los ciegos;

a poner en libertad a los oprimidos;

19 a anunciar el año favorable del Señor.»

20 Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él.

21 Él comenzó a hablar, diciendo:

—Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.

22 Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía. Se preguntaban:

—¿No es éste el hijo de José?

23 Jesús les respondió:

—Seguramente ustedes me dirán este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo.” Y además me dirán: “Lo que oímos que hiciste en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu propia tierra.”

24 Y siguió diciendo:

—Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.

25 Verdaderamente, había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país;

26 pero Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón.

27 También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero no fue sanado ninguno de ellos, sino Naamán, que era de Siria.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho.

29 Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús, llevándolo a lo alto del monte sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí.

30 Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.

Un hombre que tenía un espíritu impuro

31 Jesús fue a Cafarnaúm, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente.

32 Y la gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.

33 En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro, el cual gritó con fuerza:

34 —¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.

35 Jesús reprendió a aquel demonio, diciéndole:

—¡Cállate y deja a este hombre!

Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos, y salió de él sin hacerle ningún daño.

36 Todos se asustaron, y se decían unos a otros:

—¿Qué palabras son éstas? Con toda autoridad y poder este hombre ordena a los espíritus impuros que salgan, ¡y ellos salen!

37 Y se hablaba de Jesús por todos los lugares de la región.

Jesús sana a la suegra de Simón

38 Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron por ella a Jesús.

39 Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al momento, ella se levantó y comenzó a atenderlos.

Jesús sana a muchos enfermos

40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diferentes enfermedades los llevaron a Jesús; y él puso las manos sobre cada uno de ellos, y los sanó.

41 De muchos enfermos también salieron demonios, que gritaban:

—¡Tú eres el Hijo de Dios!

Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Jesús anuncia el mensaje en las sinagogas

42 Al amanecer, Jesús salió fuera de la ciudad, a un lugar solitario. Pero la gente lo buscó, y llegaron a donde él estaba. Querían detenerlo, para que no se fuera,

43 pero Jesús les dijo:

—También tengo que anunciar la buena noticia del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto fui enviado.

44 Así iba Jesús anunciando el mensaje en las sinagogas del país de los judíos.

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San Lucas 5

La pesca abundante

1 En una ocasión, estando Jesús a orillas del Lago de Genesaret, se sentía apretujado por la multitud que quería oír el mensaje de Dios.

2 Jesús vio dos barcas en la playa. Los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes.

3 Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente.

4 Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón:

—Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar.

5 Simón le contestó:

—Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes.

6 Cuando lo hicieron, recogieron tanto pescado que las redes se rompían.

7 Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse.

8 Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:

—¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!

9 Es que Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho.

10 También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón:

—No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres.

11 Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús.

Jesús sana a un leproso

12 Un día, estando Jesús en un pueblo, llegó un hombre enfermo de lepra; al ver a Jesús, se inclinó hasta el suelo y le rogó:

—Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.

13 Jesús lo tocó con la mano, diciendo:

—Quiero. ¡Queda limpio!

Al momento se le quitó la lepra al enfermo,

14 y Jesús le ordenó:

—No se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote, y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que conste ante los sacerdotes.

15 Sin embargo, la fama de Jesús aumentaba cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírlo y para que curara sus enfermedades.

16 Pero Jesús se retiraba a orar a lugares donde no había nadie.

Jesús perdona y sana a un paralítico

17 Un día en que Jesús estaba enseñando, se habían sentado por allí algunos fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor se mostraba en Jesús sanando a los enfermos.

18 Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a uno que estaba paralítico. Querían llevarlo adentro de la casa y ponerlo delante de Jesús,

19 pero no encontraban por dónde meterlo, porque había mucha gente; así que subieron al techo y, abriendo un hueco entre las tejas, bajaron al enfermo en la camilla, allí en medio de todos, delante de Jesús.

20 Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo:

—Amigo, tus pecados quedan perdonados.

21 Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es éste que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Sólo Dios puede perdonar pecados.»

22 Pero Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó:

—¿Por qué piensan ustedes así?

23 ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”?

24 Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.

Entonces le dijo al paralítico:

—A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

25 Al momento, el paralítico se levantó delante de todos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa alabando a Dios.

26 Todos se quedaron admirados y alabaron a Dios, y llenos de miedo dijeron:

—Hoy hemos visto cosas maravillosas.

Jesús llama a Leví

27 Después de esto, Jesús salió y se fijó en uno de los que cobraban impuestos para Roma. Se llamaba Leví, y estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos. Jesús le dijo:

—Sígueme.

28 Entonces Leví se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús.

29 Más tarde, Leví hizo en su casa una gran fiesta en honor de Jesús; y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, junto con otras personas, estaban sentados con ellos a la mesa.

30 Pero los fariseos y los maestros de la ley del mismo partido comenzaron a criticar a los discípulos de Jesús. Les dijeron:

—¿Por qué comen y beben ustedes con cobradores de impuestos y pecadores?

31 Jesús les contestó:

—Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos.

32 Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se vuelvan a Dios.

La pregunta sobre el ayuno

33 Le dijeron a Jesús:

—Los seguidores de Juan y de los fariseos ayunan mucho y hacen muchas oraciones, pero tus discípulos siempre comen y beben.

34 Jesús les contestó:

—¿Acaso pueden ustedes hacer ayunar a los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos?

35 Pero llegará el momento en que se lleven al novio; cuando llegue ese día, entonces sí ayunarán.

36 También les puso esta comparación:

—Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. Si lo hace así, echa a perder el vestido nuevo; además, el pedazo nuevo no quedará bien con el vestido viejo.

37 Ni tampoco se echa vino nuevo en cueros viejos, porque el vino nuevo hace que se revienten los cueros, y tanto el vino como los cueros se pierden.

38 Por eso hay que echar el vino nuevo en cueros nuevos.

39 Y nadie que toma el vino añejo quiere después el nuevo, porque dice: “El añejo es más sabroso.”,

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San Lucas 6

Los discípulos arrancan espigas en sábado

1 Un sábado, Jesús caminaba entre los sembrados. Sus discípulos arrancaban espigas de trigo, las desgranaban entre las manos y se comían los granos.

2 Entonces algunos fariseos les preguntaron:

—¿Por qué hacen ustedes algo que no está permitido hacer en sábado?

3 Jesús les contestó:

—¿No han leído ustedes lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre?

4 Entró en la casa de Dios y tomó los panes consagrados a Dios, comió de ellos y dio también a sus compañeros, a pesar de que solamente a los sacerdotes se les permitía comer de ese pan.

5 Y añadió:

—El Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado.

Jesús sana a un enfermo en sábado

6 Otro sábado, Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había en ella un hombre que tenía la mano derecha tullida;

7 y los maestros de la ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si lo sanaría en sábado, y así tener algún pretexto para acusarlo.

8 Pero él, que sabía lo que estaban pensando, le dijo al hombre que tenía la mano tullida:

—Levántate y ponte ahí en medio.

El hombre se levantó y se puso de pie,

9 y Jesús dijo a los otros:

—Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Luego miró a todos los que lo rodeaban, y le dijo a aquel hombre:

—Extiende la mano.

El hombre lo hizo así, y su mano quedó sana.

11 Pero los otros se enojaron mucho y comenzaron a discutir qué podrían hacer contra Jesús.

Jesús escoge a los doce apóstoles

12 Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios.

13 Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a quienes llamó apóstoles.

14 Éstos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro; Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,

15 Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo; Simón, al que llamaban el celote,

16 Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue quien traicionó a Jesús.

Jesús enseña a mucha gente

17 Jesús bajó del cerro con ellos y se detuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón.

18 Habían llegado para oír a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos.

19 Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.

Lo que realmente cuenta ante Dios

20 Jesús miró a sus discípulos, y les dijo:

«Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el reino de Dios.

21 »Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, pues quedarán satisfechos.

»Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán.

22 »Dichosos ustedes cuando la gente los odie, cuando los expulsen, cuando los insulten y cuando desprecien su nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre.

23 Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo; pues también así maltrataron los antepasados de esa gente a los profetas.

24 »Pero ¡ay de ustedes los ricos, pues ya han tenido su alegría!

25 »¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos, pues tendrán hambre!

»¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues van a llorar de tristeza!

26 »¡Ay de ustedes cuando todo el mundo los alabe, pues así hacían los antepasados de esa gente con los falsos profetas!

El amor a los enemigos

27 »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian,

28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan.

29 Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa.

30 A cualquiera que te pida algo, dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames.

31 Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes.

32 »Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así.

33 Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así.

34 Y si dan prestado sólo a aquellos de quienes piensan recibir algo, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores se prestan unos a otros, esperando recibir unos de otros.

35 Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos.

36 Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo.

No juzgar a otros

37 »No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará.

38 Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.»

39 Jesús les puso esta comparación: «¿Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo?

40 Ningún discípulo es más que su maestro: cuando termine sus estudios llegará a ser como su maestro.

41 »¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tienes en el tuyo?

42 Y si no te das cuenta del tronco que tienes en tu propio ojo, ¿cómo te atreves a decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo”? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo.

El árbol se conoce por su fruto

43 »No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas.

45 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.

La casa bien o mal fundada

46 »¿Por qué me llaman ustedes, “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo?

47 Voy a decirles a quién se parece el que viene a mí y me oye y hace lo que digo:

48 se parece a un hombre que para construir una casa cavó primero bien hondo, y puso la base sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero ni moverla pudo, porque estaba bien construida.

49 Pero el que me oye y no hace lo que digo, se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra y sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida.»

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San Lucas 7

Jesús sana al criado de un oficial romano

1 Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, se fue a Cafarnaúm.

2 Vivía allí un capitán romano que tenía un criado al que estimaba mucho, el cual estaba enfermo y a punto de morir.

3 Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos ancianos de los judíos a rogarle que fuera a sanar a su criado.

4 Ellos se presentaron a Jesús y le rogaron mucho, diciendo:

—Este capitán merece que lo ayudes,

5 porque ama a nuestra nación y él mismo hizo construir nuestra sinagoga.

6 Jesús fue con ellos, pero cuando ya estaban cerca de la casa, el capitán mandó unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa;

7 por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte. Solamente da la orden, para que sane mi criado.

8 Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace.»

9 Jesús se quedó admirado al oír esto, y mirando a la gente que lo seguía dijo:

—Les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe como en este hombre.

10 Al regresar a la casa, los enviados encontraron que el criado ya estaba sano.

Jesús resucita al hijo de una viuda

11 Después de esto, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naín. Iba acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Al llegar cerca del pueblo, vio que llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba.

13 Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo:

—No llores.

14 En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús le dijo al muerto:

—Joven, a ti te digo: ¡Levántate!

15 Entonces el que había estado muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la madre.

16 Al ver esto, todos tuvieron miedo y comenzaron a alabar a Dios, diciendo:

—Un gran profeta ha aparecido entre nosotros.

También decían:

—Dios ha venido a ayudar a su pueblo.

17 Y por toda Judea y sus alrededores se supo lo que había hecho Jesús.

Los enviados de Juan el Bautista

18 Juan tuvo noticias de todas estas cosas, pues sus seguidores se las contaron. Llamó a dos de ellos

19 y los envió al Señor, a preguntarle si él era de veras el que había de venir o si debían esperar a otro.

20 Los enviados de Juan se acercaron, pues, a Jesús y le dijeron:

—Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte si tú eres el que ha de venir, o si debemos esperar a otro.

21 En aquel mismo momento Jesús curó a muchas personas de sus enfermedades y sufrimientos, y de los espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos.

22 Luego les contestó:

—Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia.

23 ¡Y dichoso aquel que no pierda su fe en mí!

24 Cuando los enviados de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: «¿Qué salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?

25 Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con ropas lujosas? Ustedes saben que los que se visten lujosamente y viven en placeres, están en las casas de los reyes.

26 En fin, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, de veras, y uno que es mucho más que profeta.

27 Juan es aquel de quien dice la Escritura:

“Yo envío mi mensajero delante de ti,

para que te prepare el camino.”

28 Les digo que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.»

29 Todos los que oyeron a Juan, incluso los que cobraban impuestos para Roma, se hicieron bautizar por él, cumpliendo así las justas exigencias de Dios;

30 pero los fariseos y los maestros de la ley no se hicieron bautizar por Juan, despreciando de este modo lo que Dios había querido hacer en favor de ellos.

31 «¿A qué compararé la gente de este tiempo? ¿A qué se parece?

32 Se parece a los niños que se sientan a jugar en la plaza y gritan a sus compañeros: “Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron; cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron.”

33 Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y ustedes dicen que tiene un demonio.

34 Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen que es glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma.

35 Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados.»

Jesús en casa de Simón el fariseo

36 Un fariseo invitó a Jesús a comer, y Jesús fue a su casa. Estaba sentado a la mesa,

37 cuando una mujer de mala vida, que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume.

38 Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con lágrimas. Luego los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume.

39 El fariseo que había invitado a Jesús, al ver esto, pensó: «Si este hombre fuera de veras un profeta, se daría cuenta de qué clase de persona es ésta que lo está tocando: una mujer de mala vida.»

40 Entonces Jesús le dijo al fariseo:

—Simón, tengo algo que decirte.

El fariseo contestó:

—Dímelo, Maestro.

41 Jesús siguió:

—Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;

42 y como no le podían pagar, el prestamista les perdonó la deuda a los dos. Ahora dime, ¿cuál de ellos le amará más?

43 Simón le contestó:

—Me parece que el hombre a quien más le perdonó.

Jesús le dijo:

—Tienes razón.

44 Entonces, mirando a la mujer, Jesús dijo a Simón:

—¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; en cambio, esta mujer me ha bañado los pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos.

45 No me saludaste con un beso, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies.

46 No me pusiste ungüento en la cabeza, pero ella ha derramado perfume sobre mis pies.

47 Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra.

48 Luego dijo a la mujer:

—Tus pecados te son perdonados.

49 Los otros invitados que estaban allí, comenzaron a preguntarse:

—¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?

50 Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer:

—Por tu fe has sido salvada; vete tranquila.

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San Lucas 8

Mujeres que ayudaban a Jesús

1 Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban,

2 como también algunas mujeres que él había curado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;

3 también Juana, esposa de Cuza, el que era administrador de Herodes; y Susana; y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían.

La parábola del sembrador

4 Muchos salieron de los pueblos para ver a Jesús, de manera que se reunió mucha gente. Entonces les contó esta parábola:

5 «Un sembrador salió a sembrar su semilla. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y fue pisoteada, y las aves se la comieron.

6 Otra parte cayó entre las piedras; y cuando esa semilla brotó, se secó por falta de humedad.

7 Otra parte de la semilla cayó entre espinos; y al nacer juntamente, los espinos la ahogaron.

8 Pero otra parte cayó en buena tierra; y creció, y dio una buena cosecha, hasta de cien granos por semilla.»

Esto dijo Jesús, y añadió con voz muy fuerte: «¡Los que tienen oídos, oigan!»

El porqué de las parábolas

9 Los discípulos le preguntaron a Jesús qué quería decir aquella parábola.

10 Les dijo: «A ustedes Dios les da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros les hablo por medio de parábolas, para que por más que miren no vean, y por más que oigan no entiendan.

Jesús explica la parábola del sembrador

11 »Esto es lo que quiere decir la parábola: La semilla representa el mensaje de Dios;

12 y la parte que cayó por el camino representa a los que oyen el mensaje, pero viene el diablo y se lo quita del corazón, para que no crean y se salven.

13 La semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje y lo reciben con gusto, pero no tienen suficiente raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba fallan.

14 La semilla que cayó entre espinos representa a los que escuchan, pero poco a poco se dejan ahogar por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, de modo que no llegan a dar fruto.

15 Pero la semilla que cayó en buena tierra, son las personas que con corazón bueno y dispuesto escuchan y hacen caso del mensaje y, permaneciendo firmes, dan una buena cosecha.

La parábola de la lámpara

16 »Nadie enciende una lámpara para después taparla con algo o ponerla debajo de la cama, sino que la pone en alto, para que tengan luz los que entran.

17 De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro.

18 »Así pues, oigan bien, pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo que cree tener se le quitará.»

La madre y los hermanos de Jesús

19 La madre y los hermanos de Jesús se presentaron donde él estaba, pero no pudieron acercarse a él porque había mucha gente.

20 Alguien avisó a Jesús:

—Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren verte.

21 Él contestó:

—Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, ésos son mi madre y mis hermanos.

Jesús calma la tormenta

22 Un día, Jesús entró en una barca con sus discípulos, y les dijo:

—Vamos al otro lado del lago.

Partieron, pues,

23 y mientras cruzaban el lago, Jesús se durmió. En esto se desató una fuerte tormenta sobre el lago, y la barca empezó a llenarse de agua y corrían peligro de hundirse.

24 Entonces fueron a despertar a Jesús, diciéndole:

—¡Maestro! ¡Maestro! ¡Nos estamos hundiendo!

Jesús se levantó y dio una orden al viento y a las olas, y todo se calmó y quedó tranquilo.

25 Después dijo a los discípulos:

—¿Qué pasó con su fe?

Pero ellos, asustados y admirados, se preguntaban unos a otros:

—¿Quién será éste, que da órdenes al viento y al agua, y lo obedecen?

El endemoniado de Gerasa

26 Por fin llegaron a la tierra de Gerasa, que está al otro lado del lago, frente a Galilea.

27 Al bajar Jesús a tierra, salió del pueblo un hombre que estaba endemoniado, y se le acercó. Hacía mucho tiempo que no se ponía ropa ni vivía en una casa, sino entre las tumbas.

28 Cuando vio a Jesús, cayó de rodillas delante de él, gritando:

—¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego que no me atormentes!

29 Dijo esto porque Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliera de él. Muchas veces el demonio se había apoderado de él; y aunque la gente le sujetaba las manos y los pies con cadenas para tenerlo seguro, él las rompía y el demonio lo hacía huir a lugares desiertos.

30 Jesús le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

Y él contestó:

—Me llamo Legión.

Dijo esto porque eran muchos los demonios que habían entrado en él,

31 los cuales pidieron a Jesús que no los mandara al abismo.

32 Como había muchos cerdos comiendo en el cerro, los espíritus le rogaron que los dejara entrar en ellos; y Jesús les dio permiso.

33 Los demonios salieron entonces del hombre y entraron en los cerdos, y éstos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y allí se ahogaron.

34 Los que cuidaban de los cerdos, cuando vieron lo sucedido, salieron huyendo y fueron a contarlo en el pueblo y por el campo.

35 La gente salió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, encontraron sentado a sus pies al hombre de quien habían salido los demonios, vestido y en su cabal juicio; y tuvieron miedo.

36 Y los que habían visto lo sucedido, les contaron cómo había sido sanado aquel endemoniado.

37 Toda la gente de la región de Gerasa comenzó entonces a rogar a Jesús que se fuera de allí, porque tenían mucho miedo. Así que Jesús entró en la barca y se fue.

38 El hombre de quien habían salido los demonios le rogó que le permitiera ir con él, pero Jesús le ordenó que se quedara, y le dijo:

39 —Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti.

El hombre se fue y contó por todo el pueblo lo que Jesús había hecho por él.

La mujer enferma y la hija de Jairo

40 Cuando Jesús regresó al otro lado del lago, la gente lo recibió con alegría, porque todos lo estaban esperando.

41 En esto llegó uno llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Este hombre se postró a los pies de Jesús y le rogó que fuera a su casa,

42 porque tenía una sola hija, de unos doce años, que estaba a punto de morir.

Mientras Jesús iba, se sentía apretujado por la multitud que lo seguía.

43 Entre la gente había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre, y que había gastado en médicos todo lo que tenía, sin que ninguno la hubiera podido sanar.

44 Esta mujer se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa, y en el mismo momento el derrame de sangre se detuvo.

45 Entonces Jesús preguntó:

—¿Quién me ha tocado?

Como todos negaban haberlo tocado, Pedro dijo:

—Maestro, la gente te oprime y empuja por todos lados.

46 Pero Jesús insistió:

—Alguien me ha tocado, porque me he dado cuenta de que de mí ha salido poder.

47 La mujer, al ver que no podía esconderse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús. Le confesó delante de todos por qué razón lo había tocado, y cómo había sido sanada en el acto.

48 Jesús le dijo:

—Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila.

49 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó un mensajero y le dijo al jefe de la sinagoga:

—Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.

50 Pero Jesús lo oyó y le dijo:

—No tengas miedo; solamente cree, y tu hija se salvará.

51 Al llegar a la casa, no dejó entrar con él a nadie más que a Pedro, a Santiago y a Juan, junto con el padre y la madre de la niña.

52 Todos estaban llorando y lamentándose por ella, pero Jesús les dijo:

—No lloren; la niña no está muerta, sino dormida.

53 Todos se rieron de él, porque sabían que estaba muerta.

54 Entonces Jesús la tomó de la mano y dijo con voz fuerte:

—¡Niña, levántate!

55 Y ella volvió a la vida; al momento se levantó, y Jesús mandó que le dieran de comer.

56 Sus padres estaban muy admirados; pero Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que había pasado.

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